No compro aguacates. Al menos no tantos como para no poder permitirme un piso. Que vamos a ver, no saquemos las cosas de contexto, en Barcelona nadie puede permitirse un piso. Los aguacates están fuera de la ecuación de la burbuja inmobiliaria. Y eso que me encantan, pero ya me gustaban desde antes de que nadie me considerada una moderna así que no cuenta. Aparentemente soy eso: una moderna. ¿Cómo saber si alguien es un moderno? Porque te fijas en sus tobillos desnudos en pleno enero antes que en el color de sus ojos. Es cierto que todo el mundo sabe cómo son mis tobillos: huesudos e inmunes al frío, obscenos y fans del destape. Mi lista de la compra es, en consecuencia, la de un moderno. Además, de los castizos, de los que vamos de guays y luego es todo Hacendado. Como modernos consumimos hamburguesas vegetales, leche de cebada y mucho vino. Todo escogido con un gusto exquisito acompañados por la sintonía pegadiza de la todopoderosa empresa: 'mercadona, mercadoooooona'. En ocasiones renunciamos a comidas sólidas y elaboradas a favor de otros placeres terrenales. Los modernos envejecemos en gustos antes que cualquier otra tribu urbana. Nos gusta el té bueno, nos gustan las marcas pijas o las tiendas vintage refinadas y nunca diremos que no a gastar dinero en lo que consideramos cultura, aunque sea un concierto de Las Bistec. [embedyt] https://www.youtube.com/watch?v=SC2_0T_FtdQ[/embedyt] Aunque podamos resultar pedantes, en realidad somos mejores personas de lo que creéis. Básicamente porque lo reciclamos todo. Somos la mejor campaña de concienciación ciudadana que puede sacar un ayuntamiento. La mayoría llevamos desde pequeños el hábito de separar residuos y al crecer ganamos el valor añadido de darle una segunda oportunidad a las cosas. Rebuscamos entre la ropa de nuestros padres y las tiendas de segunda mano nuestros fondos de armarios; potenciamos la economía local consumiendo en bares con identidad propia y productos locales, porque somos exquisitos en nuestros gustos; por la nostalgia de los 80 y los 90 le damos una vuelta de tuerca a muchos objetos que acabarían en la basura. Nuestro padre, hijo y espíritu santo es la bicicleta. En los días malos preferimos el transporte público a un vehículo motorizado. Los hay que van más allá y consagran en pleno 2018 al patinete. via GIPHY Así que tal vez los modernos no somos tan terribles, tan pedantes, tan insoportables, tan esas cosas malas. Tal vez estamos salvando un poquito el mundo. Los que ya me habéis leído en otras ocasiones sabréis que nunca me cansaré de repetir que los millennial no somos la personificación de Belcebú y creo que hoy nos hemos ganado un punto extra. Id a comprar a vuestro colmado de barrio a mi salud. En el nombre de Lady Gaga, el ramén de Barcelona y el té ecológico, amén.   Imagen para Pixabay en CC