Brasil es una inmensidad, aproximadamente 17 veces España. Pero dentro de su vasto territorio (ocupa casi la mitad del territorio sudamericano), Río de Janeiro sobresale por méritos propios. No sólo es el estado más densamente poblado del país; su capital también una de las más visitadas, especialmente, en Carnaval.  Sin embargo, más allá de la samba, el archiconocido Cristo Redentor -una de las siete maravillas del mundo moderno- y de sus míticas playas de Ipanema y Copacabana, la región tiene mucho más que ofrecer.

De hecho, pasados 3 o 4 días en la bulliciosa capital carioca, la mejor opción es escaparse al litoral y disfrutar relajadamente del Brasil paradisíaco que nos ofrecen otros destinos como Ilha Grande y Paraty, ambos en la llamada Costa Verde.

Ilha Grande: la entrada a un nuevo mundo

Cuentan que Américo Vespucio se quedó prendado de esta isla. “Señor, si hay un paraíso en la Tierra, no debe de estar muy lejos de aquí”, dicen que exclamó al descubrir su bahía. Y dados sus espectaculares atardeceres, no es de extrañar. El arrebol alcanza aquí niveles sublimes e, incluso cuando la neblina de vapor condensado llega al suelo, sólo puedes rendirte ante sus horizontes infinitos. 

XXX

Para llegar a Ilha Grande hay que ir antes a Angra dos Reis. Lo más cómodo es coger en Río de Janeiro un transfer, como allí lo llaman, que incluye el precio del viaje en autobús y el del ferry (por llamarlo de alguna manera porque no deja de ser una barquita con motor) hasta el puerto principal de Vila do Abraão, el núcleo urbano de la isla. Seguramente os pregunten que a qué parada vais, pero ante el silencio y el pánico que se vislumbra en ese momento en la decena de turistas que os acompañarán, la única bajada posible es la que enumeran como la segunda y en la que comienza el desembarque de maletas. Puede que dudes de si ese, efectivamente, es tu destino porque lo único que verás ante tus ojos será una fila de coloridas y humildes casas y algunas de las mesas y sillas que los bares del lugar ponen en primera línea. Pero sí, es ahí.

Bienvenidos a un paraíso aún sin asfaltar donde los charcos son tan habituales como dañinos para las maletas de ruedas (apunte importante: mejor ir con mochila). Una vez que te adentras en el corazón de Ilha Grande, sólo tendrás que buscar tu posada o apartamento. Si tienes suerte, lo encontrarás indicado en alguno de los carteles que están en las calles principales del pueblo; si no, pídele a tu casero (alquilar por AirBnb es seguro y barato) que te adjunte un plano con las indicaciones precisas porque, incluso así, puedes pasarte un buen rato dando vueltas y sin saber exactamente por qué callejuela de las que se dejan ver entre la abundante vegetación hay que coger.

XXX

Quedarse en tierra firme, no obstante, no es lo recomendable más que para la tarde-noche. Por el día, lo mejor es recorrer la isla y conocer alguna de sus 106 maravillosas playas. A algunas se puede llegar a pie como a la de López Mendes, una de las más famosas por sus aguas cálidas y cristalinas. Eso sí, el camino hasta ella puede durar entre 2 y 3 horas, según el ritmo que imprimas a tu marcha o de cuántas veces te pares a hacer fotos en medio de la selva tropical que tendrás que atravesar.  

Pero si el senderismo entre caminos sinuosos no es lo tuyo, no te preocupes que hay decenas de empresas que ofrecen excursiones en barco a diario y a precios razonables para conocer los rincones de la isla. Desde el clásico ‘tour’ por las ensenadas y puntas del sureste hasta las pequeñas y paradisíacas islas del norte, pasando por las excursiones al Parque Marinho do Aventureiro y la Reserva Biológica de Praia do Sul. Todo un abanico de opciones muy recomendables, también, para los más pequeños. Los amantes del snorkel disfrutarán igualmente de un bonito recreo tanto en Lagoa Azul como en Lagoa Verde, aunque si has probado a sumergirte antes en otros países tropicales, no te parecerá gran cosa.

La comida no será un problema en ningún rincón de Brasil y tampoco en Ilha Grande. A pesar de sus reducidas dimensiones, la variedad es amplia y encontrarás todo tipo de sabores. Eso sí, intenta probar alguna noche el pescado fresco del día hecho en las brasas de algunos de los restaurantes que dan al puerto de Vila do Abraão. Entre las velas y las estrellas, no recordarás mejor (ni más romántico) escenario. 

Dar un paseo por las tiendecitas de las calles adyacentes a la sencilla Iglesia de San Sebastián también es recomendable al caer el sol siempre y cuando te hayas protegido con un buen repelente de insectos. Aparte de las míticas chanclas hawaianas y bikinis, encontrarás distintas licorerías en las que, por poco más que una sonrisa y ganas de comprar, disfrutarás gratuitamente de una cata de cachazas (el licor típico para hacer caipirinhas) con las que te mantendrás calentito y contento toda la noche. Prometido.

Paraty, esencia colonial

Más ajetreada y urbana es Paraty, una pequeña ciudad de unos 30.000 habitantes que está considerada la joya colonial de la Costa Verde y aspira a ser Patrimonio de la Humanidad. Durante años fue uno de los puertos más importantes de las Américas y ruta esencial para el comercio del oro, la seda, las piedras preciosas y las especias. Pero tras la abolición de la esclavitud y la llegada de la revolución industrial, Paraty se quedó sumida en un olvido que hoy, afortunadamente, permite que la podamos ver prácticamente tal y como era.

XXX

Lo notarás nada más llegar y comprobar lo difícil que es andar por las calles del casco histórico, adoquinadas con unas enormes, irregulares y resbaladizas piedras no aptas para tacones pero casi tampoco para la conversación. Una simple mirada a los ojos de tu acompañante o a un escaparate pueden acarrearte una buena caída. Así que, ¡cuidado! Aún así, merece mucho la pena perderse por estas calzadas e ir descubriendo los majestuosos edificios de estilo colonial (algunos en ruinas, lo que da un aire decadentemente bello al entorno) y las variopintas iglesias que se abren paso entre tiendas de souvenirs y restaurantes.

De día, Paraty es una ciudad relativamente tranquila y sencilla porque los turistas suelen estar en la playa, pero de noche es todo un hervidero. Entre la Rua da Matriz y la de Roberto Silveira se acumula el gentío y la marcha nocturna, que se alarga hasta bien entrada la madrugada. Si, además, tienes la suerte de coincidir en las fechas en que se celebra su aclamada ‘Festa Literaria’ (la FLIP, a la que acuden cada julio más de 12.000 personas procedentes de otros lugares de Brasil), da por hecho que te faltarán horas para empaparte del ambiente social y cultural que te ofrecerá la ciudad.   

Paraty, sin embargo, también es sinónimo de relax y naturaleza. Sólo hay que tener ganas de embarcarse de nuevo y contratar alguna de las excursiones que te llevan por el rosario de islas y playas que rodean su costa. Los barcos suelen salir entre las 10 y 11 de la mañana del puerto y, dependiendo del presupuesto, así será de exclusivo el trayecto. Para un grupo de 15, por ejemplo, se puede negociar un precio por persona de 120 reales (unos 30 euros) que incluye comida y caipirinha a bordo, pinche incluido. Merece la pena la experiencia y el atardecer de regreso al puerto es realmente bonito. 

XXX

Si dispones de más días, puedes acercarte a Trinidade, ubicada en el interior del Parque Nacional de la Sierra de Bocaina y a tan sólo 15 kilómetros de Paraty, o realizar alguna otra visita a las licorerías y cachoeiras (cascadas naturales) de la zona. Pero si no te apetece, déjate seducir simplemente por el espíritu colonial y juega a imaginarte la ciudad en días de lluvia, cuando el agua del mar sube e inunda sus calles convirtiéndola en una suerte de Venecia brasileira.

¿Necesitas más razones aún para incluir estos destinos en tu radar? Pues piensa que son lugares que todavía no están excesivamente masificados, que el portugués se entiende con facilidad, que la gente es amable y educada y que, aunque viajes en julio o agosto, su invierno es tan cálido y suave que apenas notarás que has cambiado de hemisferio.

No se puede pedir mucho más

Puedes seguir leyendo más aventuras sobre viajes en Maleta Mundi