Le propongo que busque cualquier pieza de metal que tenga en su entorno. Tiene multitud de posibles ejemplos metálicos cerca, como pueden ser sus cubiertos, tornillos, piezas de muebles, su coche, parte de sus objetos cotidianos, joyería, las vigas de su casa u oficina y así hasta el infinito. Mírelo, y sepa que existe un 80% de posibilidades de que ese metal ya haya sido usado con anterioridad en otra pieza. Así es, el 75% del aluminio producido por la humanidad sigue en uso hoy en día, y una media del 80% del resto de los metales en circulación también.

Puede ser que cuando mire una cuchara por ejemplo, tenga delante metal que se haya usado para una lavadora, piezas de una fábrica, vías de un tren, parte de un buque, restos de grandes conflictos de la historia… incluso me gusta pensar que pudiese tener delante restos de una espada romana, ¿por qué no?

Como es un objeto tan cotidiano, no somos conscientes de que llevamos toda la vida reutilizando. El ser humano descubrió muy pronto que para fabricar nuevos objetos metálicos era mejor, más cómodo y sencillo fundir los antiguos usados que extraerlos del mineral. Hoy lo llamamos ecología e incluso economía circular. Esto es posible por una cualidad de los metales: son materiales permanentes, no pierden cualidades cuando se reciclan.

Ahora sabemos que además de comodidad y sencillez, reutilizar metales es mucho mejor desde el punto de vista ambiental.

Al proceso tradicional de producción de bienes le denominamos economía lineal: extraemos los materiales de la naturaleza con un coste energético, de consumo de agua y de transformación del entorno tremendo, lo trasladamos hasta una planta de producción, de ahí pasará a otra planta donde se produce el bien que queremos crear con multitud de procedencias y de transportes, lo cual significa una gran cantidad de emisiones de CO2. Por ejemplo, los remaches de metal de su pantalón es muy probable que provengan de Chile o Bolivia, se hayan incorporado a la tela en Asia y haya viajado hasta su tienda. Se traslada a todo el mundo, se vende, se usa y finalmente se tira a un vertedero. Es un recorrido lineal, porque volvemos a empezar. Todo se tira y no se aprovecha.

Por el contrario, el modelo más adecuado es el que ahora llamamos economía circular, donde entre otros factores diseñamos los productos pensando en la reutilización de sus componentes y facilitamos su reincorporación al proceso productivo. Evitamos extraer una gran cantidad de recursos, reducimos los desechos y reutilizamos de forma más eficiente. En todo este proceso se ahorran gran cantidad de agua, energía y de emisiones de gases contaminantes. El caso de los metales es idóneo. En todo el proceso las cualidades de metal empleado en esa espada romana o ahora en la cuchara que utilizamos no han cambiado y podrán seguir manteniéndose así hasta el infinito.

El mejor de los ejemplos lo tenemos siempre cerca. Yo suelo escribir con una lata de refresco cerca. Forman parte las latas de bebidas de nuestros momentos y recuerdos, suelen estar siempre ahí, son de la familia. Pero ya llevan años entre nosotros. Este año se cumplen los 85 años de la primera lata de bebidas, de cerveza por supuesto. En España la primera de producción propia tiene mi edad, 55 años, y la creó una marca que le sonará Skol, en realidad le llamaban Skol International Lager para parecer más cosmopolita, de cervezas también claro. Pero las latas han sufrido cambios y adaptaciones muy innovadoras en cada momento: desde las primeras que parecían botes de pintura con chapas como las botellas de cristal, pasando por las que tenían forma de botella de vidrio pero en metal, las que eran de latón y comenzaron a tener partes de aluminio, las que incorporaron una gran modernidad como era la anilla para abrir y beber hasta las actuales que son completamente de aluminio, ligeras, con gran capacidad de aguantar la presión y con anillas que se quedan en la misma lata una vez abiertas.

Hay bebidas de todo tipo en latas, refrescos, zumos, cervezas, aguas y comenzamos a ver vino y sidra. Suena bien para ir al campo, por ejemplo.

En la parte ambiental el aluminio reutilizado y las latas de bebidas como principal ejemplo son un gran modelo. Se trata de un envase, fácil de trasladar, cómodo de usar y sencillo en su proceso de reciclaje. El 75% del aluminio de las latas actuales proviene del reciclaje. Reciclar una lata ahorra el 95% de la energía necesaria de crear una nueva. Desde que depositamos una lata de bebidas en el contenedor amarillo hasta que vuelve a nosotros han pasado de media tan solo 60 días. Y lo más asombroso, en este proceso se ahorra la energía suficiente para mantener encendida la televisión durante tres horas. En España ocho de cada diez latas se reciclan.

He visto bicicletas completamente realizadas con el aluminio de latas, por ejemplo, y solamente lo he sabido porque me lo han indicado.

Un factor nuevo que comenzamos a darle valor en Europa y en el que en España estamos muy bien posicionados es el denominado ecodiseño. Se trata de diseñar los objetos y envases para que sean lo más sostenibles posibles, empleen la menor cantidad de energía y agua en su fabricación, contaminen lo menos posible y mantengan sus cualidades con menos necesidad de material empleado.

Aquí surge otra información que me gusta mucho. La ciencia y conocimiento generado para ir al espacio ha facilitado la aplicación de criterios de ecodiseño. Si consideramos que un cohete es un tubo de metal que debe ser lo más ligero posible y al tiempo aguantar la mayor de las presiones para poder elevarse, tenemos ante nosotros una lata gigante moderna. Así hoy en día las latas de bebidas actuales tienen un grosor de una décima parte de un milímetro, mientras que antes eran de un milímetro. Pero ahora aguantan la presión equivalente a dos veces y media la presión de un neumático.

Las primeras latas de bebidas pesaban 115 gramos. Hoy pesan seis veces menos que las de hace cincuenta años y se sitúan en trece gramos, todo ello sin mermar su capacidad de aguantar presión y mantener la calidad y asepsia de la bebida.

Cuando era un chaval en mi barrio los chicos tratábamos de imitar a los “macarras” de las películas y pretendíamos aplastar una lata con nuestra frente. Muy pocos lo lograban, yo no y siempre me dejaba una marca circular que duraba un rato para mayor ridículo. Sin embargo, hoy podría hacerlo sin mucha dificultad.