No, no es fácil. No es fácil encontrar una región europea donde puedan encontrar su paraíso, todos a la vez, los amantes de los paisajes que inspiraron la pintura impresionista, los apasionados de la historia medieval, del gótico y del románico, los imaginarios visitantes de la mítica Balbec de Marcel Proust y los fans de la Easy Company magistralmente retratada en la serie bélica Band of Brothers. No, no es fácil encontrar un lugar así, pero tampoco es difícil. Pas de tout. Solo hay que poner rumbo a Normandía.

Desde hace siglos, Normandía evoca una tierra de conquista. Aunque la historia reciente hace volar nuestra imaginación a las costas del Desembarco de junio de 1944 (playas hermosas de nombres hermosos cargados de historias tristes: Longue sur Mer, Arromanches, Sainte Mére Église, Saint Aubin etc. Lo cierto es que la sucesión de idas  y venidas de guerreros ha marcado, desde el principio de los tiempos, esta tierra que abraza el Canal de la Mancha y que conocemos por Normandía.

De los ingleses a los vikingos, desde Guillermo el Conquistador a Juana de Arco, martirizada y muerta en la hoguera en la Plaza de Rouen, la capital medieval de la región, no es fácil encontrar una época de calma en las costas y tierras normandas.

Y, sin embargo, ahora precisamente es la paz que desprenden los campos de Normandía, atravesados por el Sena en su camino lento hacia su desembocadura en el estuario de El Havre, uno de sus principales atractivos.

Contemplar desde la distancia el imponente Mont Saint Michel, apenas unido al continente por un fino puente, caminar en silencio entre las 9.387 cruces, salpicadas por alguna estrella de David en Coleville sur Mer, en el cementerio americano con la playa de Omaha a sus pies o hacerlo con el mismo respeto por alguno de los cementerios alemanes (donde evidentemente no destaca estrella judía sobre tumba alguna), mirar al mar desde la balaustrada del Gran Hotel de Cabourg donde Marcel Proust escribió En Busca del Tiempo Perdido, o perderse por las callecitas de Honfleur, uno de los lugares preferidos de los impresionistas del siglo XIX, son, sin duda, ejercicios rebosantes de interés y sensibilidad.

En esa extraordinaria variedad reside buena parte del atractivo de Normandía, un lugar ideal para el encuentro con el mar, con la historia y con la cultura.

Añadamos aquí, así no se nos escapa ningún público objetivo, que las vacas normandas dan un queso extraordinario, entre ellos el afamado Camembert (apúntense en todo caso otros tres: el Neufchâtel, el Livarot y el Pont l’Évêque y que no debe perderse una buena fuente de ostras. Sin embargo, si el vino normando fuera bueno sin duda ya se sabría, de manera que, si quiere llevarse un poco de alcohol a los labios, olvide el vino (o coja un buen Bordeaux en cualquier supermercado) y tómese ese néctar extraordinario de manzana que se conoce por Calvados. Igual que una buena sidra, no le defraudará.

Hasta el lector menos atento y sensibilizado con la sana idea de conocer mundo se habrá dado cuenta a estas alturas que Normandía es un buen sitio para visitar. Además, desde que, hace no más de 70 años, se empezó a poner de moda pasar calor y broncearse en el verano, esta esquina noroeste francesa no atrae un excesivo turismo de masas, lo cual sin duda podrán agradecer muchos visitantes.

¿Cómo llegar?

Hay vuelos desde España a Caen, Deauville y Rouan, pero posiblemente lo más interesante es por carretera, poco más de dos horas desde París, lo cual puede permitir, si hay tiempo y ganas, atravesar parte de la siempre interesante ruta de Castillos del Loira.

Con un poco más de tiempo, se puede añadir una extensión que hará del viaje algo más sorpresivo e interesante: cruzar en barco el Canal de la Mancha (o Canal Inglés, depende de la orilla desde que se se mire). Hay ferris desde Caen, Cherbourg o Le Havre en dirección al sur de Inglaterra (Poole, Plymouth o Portsmouth). Una escapada a algunas de las Islas del canal (británicas) como Jersey o Guernesey puede ofrecer un toque inesperadamente británico a nuestra excusión.

¿Qué visitar?

Quizás una ruta imprescindible pasa por acudir a algunas de las ciudades emblemáticas de Normandía. Para empezar, Rouen, con su catedral de Notre Dame, pintada hasta decir basta por Claude Monet, una de las joyas góticas de la ciudad, junto a las iglesias de St-Maclou o St-Ouen, a cuyo alrededor puede encontrar la más alta concentración de anticuarios de toda Francia (salvo París, claro, a la que en esto como en todo hay que echarle de comer aparte).

Pero junto a la vieja capital medieval normanda, destaca Le Havre, la ciudad más importante de Normandía en la actualidad. Dos pinceladas: su arquitectura moderna le ha valido ser patrimonio Mundial de la Unesco, pero es su luz la más genuina representante de esta ciudad. Es la luz que pintó Monet en su cuadro ‘Impresión, Sol naciente’ que dio nombre al movimiento impresionista.

Esa luz y esas pinceladas nos conducen inevitablemente a una ciudad de visita inexcusable, la coqueta Honfleur, que brilla con luz propia en la llamada Côte Fleurie. De alguna manera, aun es reconocible la descripción de Victor Hugo: “un puerto encantador lleno de mástiles y velas”. Una ciudad que dejó su huella en el archipresente Monet y sobre todo en su maestro Boudin (que cuenta con un museo en la ciudad), así como en la multitud de artistas que aun rodean el Vieux Bassin y que otorgan al viejo puerto ese toque bohemio con el que antes o después se tropieza todo visitante en Francia.

Pero quien vaya buscando reconocer con sus propios ojos los trazos del impresionismo, que no se pierda un paseo por Giverny, el auténtico jardín francés de Monet.

No obstante, la pincelada cultural tiene que extenderse necesariamente hacia otro lugar de la Côte Fleurie, Cabourg, el entorno mítico de A la busca del tiempo perdido. Chic como si no hubiera un mañana, si les gusta (y les gustará porque conserva ese halo atlántico y decadente que retrató magistralmente Marcel Proust), a 20 min en coche está la vecina Deauville, primera tienda de Coco Chanel y un espectáculo multicolor de sombrillas a contemplar desde el paseo marítimo de Les Planches.

Pero no hay que perderse Caen, la ciudad mártir de la Segunda Guerra Mundial, milagrosamente recuperada y en la que destaca el Castillo construido por Guillermo el Conquistador y las dos abadías, la de los Hombres (y la de las Damas, ambas con muestras brillantes del románico normando).

Aunque se la considere ciudad mártir, en Caen, como en el resto de Normandía, hay una buena oferta culinaria. En el Quartier Vaugueux, al pie del Castillo, hay donde elegir. Algunos de sus restaurantes compiten por rememoran a la mítica Edit Piaff, aunque, en una polémica que más bien nos recuerda las que nos gustan en nuestro país, allí se discute si hay que poner o quitar una placa porque parece que la ‘Mome’ más bien estuvo de paso en esta ciudad. C’est la vie…

Sea como sea, Caen nos ubica el en corazón del Desembarco. El Memorial es ciertamente memorable y no sólo se limita a detallar la operación anfibia que terminó por arrinconar a los nazis, sino que permite un repaso a la azarosa Europa de entreguerras.

Los acontecimientos vividos en la región a partir del famoso día D –6 de junio de 1944—están presentes en cada rincón de Normandía. Y no sólo porque a veces, como el oasado verano, aun haya que desalojar a cientos de personas para desactivar una vieja bomba de la II Guerra Mundial.

El día D es, sin duda, un atractivo turístico que a veces no logra desprenderse de ese tufillo comercial que todo lo contamina, hasta los sucesos más trágicos. Pero también es verdad que la grandiosidad del escenario bélico, empezando por la sangrienta Omaha  Beach (en realidad nombre en clave de Coleville-sur-Mer), la evidencia de la magnitud de la tragedia humana, en la que miles de jóvenes perdieron su vida, los cementerios (el americano de Omaha, sí, pero también el menos visitado pro impresionante de La Cambe, donde yacen más de 22.000 soldados alemanes) otorgan al recorrido militar de Normandía una fuerza especial que resulta, sin duda, interesante y un estímulo para la reflexión.

Pero la costa normanda es mucho más que historia. Es, sobre todo, belleza: desde los acantilados de Etretat, al norte de El Havre, hasta el Mont Saint Michel,, península unida al continente cuando así lo permiten las mareas atlánticas y el monumento más visitado de Francia, son 600 kilómetros de litoral que nos permiten mirar hacia e inmenso atlántico frente a nosotros o a la hermosa región que nos adentra en Francia. No se lo pierda.

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