“Las libertades están siempre amenazadas. Los más jóvenes, sobre todo, tienen la convicción, equivocada, de que lo que hemos conseguido es irreversible. Y no es así. Todo lo que se ha conseguido y no se defiende se acaba perdiendo progresivamente”. Estas palabras de Iñaki Gabilondo, entrevistado en “El Periódico de Catalunya” por Luis Miguel Marco, vienen al pelo para defender una vez más la actual Constitución española, que en este nuevo aniversario ha vuelto a recibir toda clase de ataques. Sí, yo quiero defender una vez más esa ahora por algunos tan denostada Constitución de 1978, encarnación máxima del aún más vituperado “régimen del 78”.

Quienes dicen estas sandeces solo pueden ser unos simples ignorantes que desconocen por completo nuestra historia. Esta Constitución, la de 1978, es la que ha permitido que en España viviéramos el periodo más largo de libertad, democracia, paz y progreso de toda nuestra historia multisecular. ¿Lo ignoran, lo olvidan o pretenden hacer que todos olvidemos este dato incontrovertible? En un país que por desgracia ha sido tradicionalmente muy dado a las guerras inciviles, a los golpes de estado, a los pronunciamientos militares y sobre todo a las dictaduras, no es poca cosa haber conseguido vivir ya más de cuarenta y un año en un Estado social y democrático de derecho que nada tiene que envidiar de todos los de nuestro entorno. Porque son ya más de cuarenta y un años de democracia y libertad, y también de paz y progreso. Sin duda alguna, con defectos, errores e imperfecciones, pero ni más ni menos que las que se producen en cualquier otra sociedad democrática.

Que la Constitución española vigente -sí, la tan vapuleada Constitución del 78- necesita reformas es una evidencia que muy pocos se atreven a negar. Todas las Constituciones son reformables; también la de 1978. Pero una cosa es reivindicar la necesidad de esta reforma, y otra muy distinta es pretender su abolición, o incluso su simple substitución inmediata por otro texto de nuevo cuño. Porque la Constitución española de 1978 no es una Constitución de las llamadas “militantes”, de reforma poco menos que imposible, pero su reforma en aspectos esenciales requiere tanto la existencia de mayorías parlamentarias muy amplias como periodos prolongados para completar estas reformas. Solo desde el consenso, como sucedió en 1978, se puede proceder a la reforma de nuestra actual Constitución. Y es bueno que sea así, ya que una Constitución es la ley de leyes, el marco legal que protege y defiende por igual a todos los ciudadanos.

Retomo las palabras de Iñaki Gabilondo, referidas a nuestras libertades y, por extensión, a nuestro actual sistema democrático: “Es un bien vulnerable y frágil”. Precisamente por esta fragilidad y vulnerabilidad es cada vez más necesario defender nuestras libertades, y por consiguiente la Constitución que las ampara, protege y defiende. En especial cuando, como ocurre una vez más en nuestra historia colectiva, surgen amenazas de un signo u otro que ansían acabar de un plumazo con nuestro Estado social y democrático de derecho. Unas amenazas encarnadas ahora en nacional-populismos contrapuestos pero que a la postre coinciden en un doble objetivo: acabar con la democracia y acabar con Europa.

Cuarenta y un año después, ¡viva la Constitución!