Este jueves nos despertábamos con la funesta noticia de la aparición del cadáver en una bolsa de deporte, a mil metros de profundidad, del cuerpo de una menor en la zona donde se encontró el barco de Tomás Gimeno. El supuesto padre ideal que había secuestrado y desaparecido, ahora sabemos que hizo desaparecer, a sus hijas Olivia y Anna. Todos conteníamos la respiración no queriendo asumir lo que ya sabíamos, y confirmaron horas después los forenses. Que el cuerpo encontrado era el de la mayor de las niñas, y que el presunto hombre de éxito, que luego hemos sabido que era un machista narcisista, con historial de peleas y violencia desde hacía años, era también un asesino infanticida de sus propias hijas. Una sociedad sana, madura y sensible, como correlación a cualquier persona sana, madura y sensible, no puede entender cómo un ser humano puede premeditar y asesinar a dos criaturas indefensas de seis años y catorce meses, y menos su propio padre.

La violencia es lo más animal, en el peor de los sentidos, porque la mayoría de los animales matan y mueren por los suyos, que permanece en nosotros. Lo más deleznable. Pero durante siglos, esta violencia es de lo que el poder machista del patriarcado se ha servido para tratar de normalizar el maltrato, la denigración, el insulto, la violencia de todo tipo y hasta la agresión y la muerte en muchos casos. Quienes conocemos de cerca el asunto, en propia carne, sabemos las heridas que dejan, más en el alma que en el cuerpo, estas situaciones. Cómo, incluso décadas después y tras haber conformado una personalidad sólida, seguimos siendo vulnerables a manipulaciones emocionales o, en el peor de los casos, cómo hijos de maltratadores acaban repitiendo esos mismos patrones de dominio, control, manipulación y maltrato con sus ámbitos familiares más cercanos. Por eso, precisamente, resulta insoportable que, ni siquiera en estas circunstancias, algunos aprovechen la oportunidad de callarse.

Voy a ser más claro; que mientras esta tragedia se estaba descubriendo, determinados representantes de la judicatura y la política se rasgaran las vestiduras porque los jueces, según la nueva ley de Protección de la Infancia y la Adolescencia, pueden suspender cautelarmente las visitas a menores si el padre está acusado o condenado por maltratador, clama al cielo. De haberse aplicado en este caso, estas niñas estarían vivas y con su madre. Que un energúmeno con escaño en el Congreso, como Ortega Smith, se permita perogrulladas como “llevar a la aberración antijurídica y contraria a cualquier dictamen médico, de que los hombres llevan innato el gen de la violencia contra las mujeres es una aberración” es un insulto para los miles de mujeres y niños asesinados por la violencia machista. Que un partido como VOX, lleve en su programa electoral la derogación de la Ley Integral contra la violencia de género, que siguen negando, y que sus amiguetes del PP de la foto de Colón que repetirán este domingo, estén recortando fondos y ayudas a instituciones y organismos que protegen, acogen y asesoran a mujeres y niños maltratados, es una realidad que les retrata. Dejémonos de paños calientes. Quienes siguen negando la realidad infernal de la violencia de género, o miran para otra parte mientras sus socios de parlamentos autonómicos, municipales o nacionales lo dicen, desinformando y alentando a los criminales que la practican, están ejerciendo violencia vicaria, también, contra esas mujeres y niños. Es más, la están ejerciendo contra la democracia y los ciudadanos que, con todas sus imperfecciones, la defendemos, más allá de los discursos vacíos, las guerras o manifestaciones preventivas, o las mesas petitorias contra españoles catalanes o vascos.

El negacionismo de la violencia contra la mujer y los niños, además de un ejercicio perverso de anti-pedagogía, los convierte no sólo en violentos vicarios, sino en verdaderos Vicarios de la Violencia. Negar una de las realidades más duras, íntimas, criminales y sensibles que más de la mitad de la humanidad lleva sufriendo siglos, los convierte en ministros perversos de ese mal y propagadores del mismo. Cierto es que, hay algunos, que dejaron su humanidad sin estrenar de nacimiento, y cuyo único disfrute es herir, insultar, denigrar, humillar y agredir a sus congéneres, incluso los más íntimos. Habría que pedir responsabilidades legales, eso sí, de manera firme, contra aquellos que los justifican aunque, claro, también pueden considerar algunos jueces, como en casos anteriores, que la libertad de expresión permite ensalzar dictadores, genocidios, humillaciones a mujeres, homosexuales, o cualquier presunta “gracia”, que se les ocurra. Luego, eso sí, tienen la piel muy fina para encajar la respuesta, y son rápidos en demandas y darse por ofendidos, y Juana Rivas, en la cárcel. El mundo al revés, y los maltratadores arropados y crecidos. ¿Sabrán todos los que por cabreo o desconocimiento votan a estos negacionistas lo que votan? Porque los que los votan a conciencia lo hacen por supervivencia del patriarcado. Insoportable.