Todos aprendemos algo, excepto Pablo Casado. Enardecido por su testosterona verbal, él sigue repitiendo sus divertidas histerias, sus jeremiadas de baratillo. Durante un tiempo, Pablo Casado pareció corregir sus errores y erratas, como las segundas ediciones de los libros, pero todo fue ilusión, quimera, ratimago y trampantojo. Pues el otro día, durante la investidura de Sánchez, nos demostró que él es como la ropa de la lavadora. Casado cree que avanza porque gira, pero no se mueve del sitio. Pablo Casado volvió, en efecto, a la compulsión de repetición de que hablaba Freud. A su papel de agitador inmovilista. A ejercer de chico vip de Aznar. A renovar su fe en el encanallamiento. A proferir, en fin, en el Congreso insultos de brocha gorda y palabras rancias en salmuera.

Yo creo que a este muchacho —tan fingidamente constitucionalista, o quizá solo constitucionalote— los jugos gástricos de la democracia no le funcionan bien. No digiere que España pueda tener un gobierno progresista, y que encima hayan entrado en él lo que las derechas llaman, con espumarajos entre los dientes, comunistas. Un gobierno que nace políticamente débil y como sietemesino, sí, pero que constituye una cierta esperanza no solo para los humillados y ofendidos, que somos casi todos, sino para un país que andaba entre el bostezo y el rigor mortis.

Ha ganado la izquierda que siempre convencía, pero que nunca vencía. La España de la tradición liberal, republicana, progresista, la España que abrazaron Larra, Machado, Cernuda, Azaña, Max Aub. Pero, claro, el evangelio según Pablo Casado considera herejías las necesarias reformas sociales y laborales o la apuesta por la sanidad y la escuela públicas. Es mejor privatizar el sol de Marbella para que solo Cayetana Álvarez de Toledo tueste su palidez victimista de marquesa en un yate de papel cuché.

Si no gobierna el PP, sugiere Casado, España está en peligro. Y máxime si, como afirman las tres derechas, que no son tales, sino apenas los andrajos del franquismo, Sánchez ha vendido la golilla de Felipe II en eBay y las carabelas de Colón a Torra, cuando Junts per Catalunya se opuso a la investidura del actual presidente. Pero qué más da la verdad cuando la mentira es más verosímil. Y beneficiosa para el bolsillo electoral.

De ahí que para las derechas lo principal sea agitar el cieno del río, enturbiar las aguas, quitarle el polvo a las dos Españas y ponerse, ahora que aprietan los fríos blancos de enero, cara al sol. Sobre todo, cara al sol. Como Hermann Tertsch, el eurodiputado de Vox que, en un tuit con aliento silvestre a carajillo, incitó al Ejército a que diera un golpe de Estado si triunfaba la investidura de Pedro Sánchez.

Estos son los modales democráticos de la derecha menos evolucionada (perdón por la redundancia), pero ay del titiritero, del cómico o del patrañuelo que arriesga un chiste, una broma sobre las sacrosantas esencias patrias, que nadie sabe lo que son, dicho sea de paso, o del que defiende al débil contra el poderoso. O del que se atreve a sostener humildemente su opinión. Hablo ahora del diputado de Teruel Existe, al que se le echaron encima todos los psicópatas que anidan en las redes insociales, al que hostigaron, vapulearon, zarandearon y amenazaron incluso para que votase en contra de la investidura de Pedro Sánchez. Yo no recuerdo un caso análogo en la historia política reciente. Ah, que la Fiscalía sigue aún de vacaciones navideñas. Usted perdone, entonces.

Por su parte, Vox, que es la marca blanca de Fuerza Nueva pasada por Trump, ha sacudido de nuevo la bandera de todos los españoles para desprenderla del escudo constitucional, y en el hueco pondrá, aunque no se vea, el águila isabelona de San Juan. Intuyo que el pobre pájaro aleteará hasta desplumarse el próximo domingo, frente a los ayuntamientos del país, al compás de Manolo Escobar. Y, digo yo, toda esa performance ultracasposa, ¿para qué? ¿Acaso para confirmarnos en aquel temor o profecía de Machado: “Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”?

Se nos avecinan tiempos difíciles. Las derechas como una muta de perros, en un lado. ERC, en otro. En medio, Sánchez e Iglesias. Ya pueden ir uniéndose de verdad y poniendo espalda contra espalda, como los siameses, si quieren que esta legislatura dure más allá de la próxima vendimia. No se acobarden. Sean valientes. Nos lo deben.