Todo es mentira, decía Antonio Fraguas, Forges, en una de sus maravillosas viñetas para El País. Quizás no todo sea mentira, pero mucho de lo que se vive y de lo que se cuenta por supuesto que sí lo es. Por eso decía Fito Páez que “no me interesa casi nada que no salga del corazón”. Y supongo que hacía esa preciosa afirmación y con tanta contundencia, porque sabía bien que, como poco, una buena parte de lo que se difunde como verdad no proviene de la verdad ni del corazón, sino de sucios y mezquinos intereses. No es fácil descubrirlo, sobre todo cuando se tiene cierta inocencia y se tiene tendencia, como es lo natural, a creer en la sinceridad de las palabras de los demás. Pero, si bien no es fácil, sino muy duro, es necesario descubrirlo porque lo que llaman “felicidad del ignorante” es eso mismo, ignorancia; no es en absoluto felicidad. Y también porque esa ignorancia nos lleva a la inacción, lo cual revierte justamente en el triunfo de los que se benefician de ese engaño programado. Y porque para que el mal triunfe, como decía Edmund Burke, solo es necesario que los buenos no hagan nada.

La duda es uno de los nombres de la inteligencia, decía el poeta Jorge Luis Borges, con lo cual estoy absolutamente de acuerdo. Y “la certeza es absurda” decía tres siglos antes el gran Voltaire. Por eso la duda siempre ha sido el principio de todo avance y progreso. Desaprender lo aprendido y reaprender cosas nuevas también es parte importante de la inteligencia, especialmente en el mundo actual en el que percibimos que hay que transformar muchas “convicciones” heredadas si queremos ya no mejorar, sino simplemente sobrevivir a estos tiempos infames.

Hace tiempo que algunas cosas sobre la pandemia actual me parecen extrañas o, como poco, sospechosas. ¿Qué tipo de pandemia es ésta que todo lo paraliza y que cuesta la ruina económica, social, cultural de todo el país y de medio planeta? ¿De verdad es necesaria tantísima precaución, tanta mascarilla, tanto confinamiento cuando el noventa por ciento de los fallecidos han sido personas mayores que vivían en residencias geriátricas? ¿Cómo es posible tantísimo contagio en esas residencias cuando en ellas viven personas que no hacen ninguna vida social y ya viven de algún modo confinadas? ¿Tiene algún significado o es sólo casualidad que la inmensa mayoría de las víctimas previamente se habían vacunado con la antigripal? ¿Será verdad lo que dicen algunos médicos e investigadores sobre lo que llaman el efecto de diferencial vírica?

Si se estima que más del setenta por ciento de las llamadas “nuevas enfermedades” son causadas por el cambio climático y el daño cada día más intenso que los humanos causamos en el medio ambiente y en el ecosistema, me pregunto cómo es posible que se estén utilizando miles de millones de guantes y mascarillas diariamente multiplicando por mil los vertidos plásticos a los océanos. Me pregunto cómo es posible que no se haya insistido en fabricar y utilizar equipos higiénicos biodegradables; es como si para proteger a un árbol se tala todo un bosque, es decir, un verdadero sinsentido.

Si la ciencia deja muy claro que un ecosistema sano es imprescindible para la salud humana, que la actual pandemia tiene relación con la crisis climática y que el cambio climático es el mayor problema al que se enfrenta la humanidad en toda su historia ¿por qué no se legisla a nivel mundial, internacional y nacional en ese sentido, por qué no se deja de talar árboles, ni se plantan, ni se deja de verter tóxicos contaminantes a la atmósfera? ¿Y por qué en lugar de restablecer cierto equilibrio entre el hombre y la naturaleza se toman decisiones que nos alejan mucho más de ese equilibrio, como el famoso 5G que, según la opinión de muchos expertos es enormemente dañino para la naturaleza y para la salud humana?

Es obvio que estamos inmersos en una gran pandemia, pero ¿cuántas cosas de las que se cuentan son ciertas y cuántas no son verdad?  Una parte de la clase médica tiene opiniones y criterios muy diferentes a los establecidos como ciertos respecto de la crisis sanitaria actual. Hace pocos días, el 25 de julio, se presentó una plataforma, Médicos por la verdad, que cuestionan y disienten de la “realidad” que se está difundiendo sobre la pandemia, sobre su origen, el confinamiento, el uso de mascarillas y ofrecen una versión muy diferente a la oficial.

Para nada quiero apoyar teorías que muchos llaman conspirativas, aunque también es verdad que de manera habitual algunos califican de bulo cualquier cosa que desprestigie o ponga en tela de juicio a sus intereses. Yo no tengo la verdad, y no sé dónde está. La verdad es que dudo. Está claro que hay una “verdad oficial”, pero también hay otras corrientes de opinión, algunas de ellas provenientes de profesionales, científicos y médicos altamente cualificados. Se trata de, al menos, conocerlas; se trata de que dudemos, de que pensemos, de que busquemos información veraz y utilicemos un mínimo de espíritu crítico en este mundo en el que la línea que separa lo falso de lo verdadero cada día es más difusa.

Coral Bravo es Doctora en Filología