A diferencia de otros países, la memoria colectiva de los españoles no reconoce con satisfacción general prácticamente ninguno de sus episodios históricos más relevantes. En el pasado más remoto, la unificación política bajo los Reyes Católicos, el descubrimiento de América o la expansión imperial son analizados desde la perspectiva actual con críticas feroces. Y en la historia más reciente, ciertamente, hay poco que celebrar, toda vez que, por ejemplo, el loable esfuerzo modernizador de la República entre 1931 y 1939 resulta más recordado por sus conflictos que por sus logros.

Hasta ahora, sin embargo, manteníamos una excepción en este pertinaz pesimismo histórico. La Transición Democrática y la Constitución de 1978 generaban un amplio consenso en cuanto a sus razones justificadas y a su materialización eficaz. Treinta y cinco años después, no obstante, también este gran hito de nuestra historia contemporánea se ve sometido en determinados ámbitos a un revisionismo falaz y a un cuestionamiento injusto. Y son muchos ya los juicios mal informados y peor motivados que intentan echar por tierra aquel gran logro del pueblo español.

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