Llevo ya tiempo alertando del grave riesgo de confrontación civil interna en la sociedad catalana. Cada vez son más evidentes los síntomas de esta peligrosa deriva. Aquellos que han optado por tomar la parte por el todo, que a la postre son quienes pretenden hablar y actuar en nombre de toda la ciudadanía de Catalunya aunque en realidad lo hagan solo en representación de una parte -muy importante, sin duda, pero ni tan siquiera mayoritaria, y aún mucho menos en nombre del conjunto de la sociedad-, están procediendo a una escalada de presión verbal, que incluye toda clase de descalificaciones, exabruptos e insultos a todos cuantos discrepan de sus legítimas posiciones políticas.

Esta escalada verbal, que tiene antecedentes lejanos y cercanos con el frecuente y reiterado uso y abuso de términos y expresiones como “traidor”, “botifler”, “españolista”, “facha”, “fascista”, “franquista”, “sucursalista” y otras lindezas similares, ha traspasado ya todos los límites cuando incluso en sede parlamentaria todo un alcalde y diputado independentista ha llegado al gran despropósito de cuestionar el carácter “humano” de algún que otro opositor. Poner públicamente en duda que un adversario o rival político sea “humano” no es más que una nueva muestra de un espíritu no ya tan solo dogmático y totalitario sino pura y simplemente antidemocrático y, por paradójico que pueda parecer, profundamente inhumano.

Todos los regímenes dictatoriales, da igual cuál sea su signo, han despreciado a sus oponentes y disidentes mediante el fácil y demagógico recurso de negarles carácter y personalidad humanas

Todos los regímenes dictatoriales, da igual cuál sea su signo, han despreciado a sus oponentes y disidentes mediante el fácil y demagógico recurso de negarles carácter y personalidad humanas. A lo largo y ancho de la historia lo han hecho, y en ocasiones todavía lo siguen haciendo, todas las confesiones religiosas, que con ello pretenden justificar sus criminales autos de fe. Lo han hecho y también lo siguen haciendo quienes aducen motivos raciales o étnicos para perseguir y llegar hasta el exterminio de seres a quienes tratan de inferiores y, por tanto, les niegan asimismo personalidad humana. 

Cuando se comienza con la utilización de este tipo de lenguaje, nadie sabe cómo puede terminar la escalada, si ésta llega algún día a su fin. Harían bien en terminar de una vez por todas con estas prácticas. Deberían hacerlo, sin duda en primer lugar, aquellos que las utilizan. Pero es responsabilidad también de las máximas autoridades institucionales; en este caso concreto, el presidente del Parlament de Catalunya, Roger Torrent, que está legalmente obligado a respetar y a hacer respetar a todos los integrantes de la cámara que preside.

La libertad de expresión tiene también sus límites. Quienes no los respetan no merecen ningún respeto. Siempre se debe ser absolutamente intolerante con los intolerantes.