Lo siento. No he sabido ser menos explícita a la hora de calificar un hecho que me produce arcadas cada vez que pienso en él. El famoso sorteo de una mujer en un chat de militares.

Seguro que alguien se lleva las manos a la cabeza al leerme, y, de poder, me enmendaría la plana diciendo que no se trataba de cuan mujer cualquiera, sino de una prostituta. Craso error, en el que ha incurrido más de un titular en estos días. Lo que se sorteaba como mercancía era el cuerpo de una mujer, y el hecho de que la misma se pudiera dedicar a la prostitución no es más que una muestra de la podredumbre de una sociedad que considera una profesión lo que en realidad es una esclavitud.

¿Se habrían sorteado con la misma frivolidad a un esclavo? Desde luego que no, y que una iniciativa así hubiera sido motivo de escándalo y de inmediata denuncia, porque la esclavitud atenta contra los Derechos Humanos claramente y hay que rechazarla, incluso si el sujeto la aceptara “voluntariamente”. Sin embargo, cuando del cuerpo de una mujer se trata, ya no hay Derechos Humanos que valgan y no se conforman con el vergonzante sorteo sino que hay que caer más bajo con menosprecios y humillaciones.

No deja de ser una paradoja que el supuesto fin a que iban destinadas las ganancias de la rifa en cuestión fuera la celebración de las fiestas de la Purísima, cuyo solo nombre evoca todo lo contrario a lo sucedido,

En cualquier caso, y si el sorteo me avergüenza hasta retorcerme lo más profundo de mis entrañas, es otra cosa la que me preocupa. Se trata del silencio de quienes asistían como espectadores mutuos a lo que estaba sucediendo en ese chat. Estoy segura que, de los más de 70 hombres que había en el grupo, alguno estaría en contra de lo que estaba sucediendo, pero no se atrevieron a reprender a sus compañeros, ni a dar la cara denunciando la situación a pecho descubierto. Y eso es lo realmente alarmante, en especial entre miembros de una institución de la importancia del ejército.

Lo dijo en su día Martin Luther King, “no me preocupa en grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética; lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”·. Pero en casos como estos, tal vez habría que ir más allá. ¿Son realmente “buenos” quines ante estas situaciones guardan silencio? Ahí lo dejo

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)