Hace un tiempo, veíamos frecuentes referencias a la sororidad. No se podía hablar de feminismo ni de mujeres sin que el término saliera a colación. Movimientos como el #MeToo, el #YoSíTeCreo o reacciones a la sentencia de 'La manada' o similares, tenían en su sustrato esa unión de las mujeres llamada sororidad.

El término fue bendecido por la RAE en 2019 y a partir de ahí entró a formar parte de nuestro acervo lingüístico. Significa “relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento”, aunque otra acepción la define simplemente como “amistad o afecto entre mujeres”. En definitiva, subyace la idea de fraternidad, como se deduce de su raíz latina.

Pero, como decía, aunque hubo un tiempo en que se hablaba de ella a todas horas, ahora parece estar en horas bajas. Y lo peor no es que el término haya dejado de triunfar, sino que haya sido el concepto en sí. Hace tiempo que esa solidaridad femenina se ha difuminado hasta casi desaparecer.

Resulta contradictorio, a la par que triste, comprobar que cuando mejor nos deberían ir las cosas, más olvidamos esa unión. Con políticos que hacen bandera del feminismo, y un gobierno que supera con creces la otrora ansiada paridad, deberíamos dar saltos de alegría, y sacar la sororidad a pasear día sí y día también. Pero nada de eso.

Habrá quien sostenga que la culpa la tiene tal o cual ley, que las ha decepcionado. Y no seré yo quien diga que las leyes proyectadas son perfectas, ni muchísimo menos. Pero los errores se enmiendan y al final debería quedar a el poso de lo importante, esa fraternidad femenina. Algo que no ha ocurrido

Llevo un tiempo contemplando con estupefacción y dolor como muchas mujeres hacen lo que el estereotipo decía de nosotras y negábamos con fuerza. Despellejarnos. Ni más ni menos. Y con una crueldad mucho mayor que la empleada en luchar contra nuestro verdadero enemigo, el machismo.

Me da mucha pena, pero observo los perfiles de redes sociales o los artículos de algunas que emplean más tiempo en destrozar a otras mujeres con las que comparten muchas cosas que en combatir a aquellos con los que nada se comparte. Y así, querámoslo o no, se baja la guardia. Y es el machismo el que gana, porque, donde tenía una rendija para asomarse, se ha abierto una brecha.

Mientras nos empleamos a fondo en discusiones bizantinas, alguien se frota las manos. El machismo, que se mete de cabeza en esa brecha abierta. Porque olvidando la sororidad, se lo ponemos mucho más fácil.