Llevo años intentando entender el feminismo en profundidad y en toda su amplitud. Por supuesto, me identifico con el feminismo como movimiento de lucha y compromiso por la liberación de las mujeres de muchos siglos de sometimiento y de opresión, con todo lo que ello supone. Y, por supuesto, siento inmensa admiración y gratitud hacia las mujeres que, desde el siglo XVIII hasta nuestros días, fueron poniendo granitos de arena en una reivindicación tan importante como universal. Se trata de una reivindicación vinculada a otras grandes reivindicaciones, siempre en relación con colectivos indefensos, vulnerables y tradicionalmente oprimidos.

Sin embargo, sigo percibiendo en algunas teorías feministas algunas ideas que, por exceso o por defecto, me parece que no se ajustan de manera objetiva y sensata a la realidad. Quizás es que falte un tiempo para que determinadas cuestiones ideológicas del feminismo se aclaren y se asienten. Pero, sea como sea, a veces me chirrían algunas concepciones que no puedo ni quiero asumir, aunque sé que eso me sitúa en el filo de la navaja. Una de ellas es fundamental, porque se refiere a la causa, a la raíz, al origen primigenio del desprecio a lo femenino. En el lenguaje feminista se habla continuamente del patriarcado como el responsable último de la misoginia y del estado de marginación de las mujeres durante siglos; pero me resulta un término absolutamente vago e impreciso y que, además, contribuye a no aclarar el fundamento de base de la cuestión.

El patriarcado es la hegemonía del varón en una organización humana o grupo social. Pero ¿de dónde surge el patriarcado y quién o quiénes le imponen? Es obvio que, en gran medida, el patriarcado es generado, impuesto, defendido y propagado, desde hace muchos siglos, por las religiones monoteístas. En el cristianismo el primero de sus dogmas, Eva y la manzana, es un ataque directo y brutal a la dignidad de las mujeres: les hace culpables del pecado original, responsable de todas las miserias y sufrimientos de la humanidad por toda la eternidad. Ahí es nada. ¿Cómo es posible que el movimiento de liberación de las mujeres no tenga en cuenta ese “detalle”, y otros tantísimos similares, que explican con claridad meridiana el origen del odio hacia las mujeres?

Me encuentro con cierta frecuencia con textos y discursos feministas en los que se hace responsables directos a los hombres del machismo. En mi opinión es un error que desvirtúa la lucha feminista, confunde sus reivindicaciones y desvía la atención del foco real del problema. El machismo no proviene de los hombres, es una ideología que proviene de las religiones y del patriarcado que proponen, que divulgan y que imponen. Los hombres son víctimas igualmente del machismo, como lo somos las mujeres, aunque sean en muchos casos la mano ejecutora; pero esa mano no es, en realidad, la que mece la cuna. El machismo propone la hegemonía de los hombres, pero también les adoctrina en la insensibilidad, les aleja de las emociones y les impone la máscara de la dureza y de la frialdad. Es un precio también muy caro.

Se suele generalizar demasiado y equiparar a todos los hombres con los maltratadores. Y se obvia un dato fundamental: una parte considerable de los hombres maltratadores no lo son por ser hombres, sino por ser hombres perturbados. Me alucina el hecho de que ni se mencione ese dato que es importante, elocuente y revelador: los maltratadores de mujeres, los agresores en la violencia de género, así como en casi todas las violencias, son lo que se denominan “psicópatas integrados”; muchos psicólogos y criminólogos lo saben muy bien. Para ellos, que carecen de empatía, necesitan controlar al otro y disfrutan del drama y del daño que provocan en los demás, el machismo es un incentivo más para dejar vía libre al odio que llevan dentro. ¿Cómo es posible que no se tenga en cuenta que la inmensísima mayoría de los maltratadores de género son psicópatas, que son quienes llevan el maltrato y la crueldad en su propia naturaleza?, y ¿cómo es posible que no estemos bien informados sobre ese trastorno de la personalidad, la psicopatía, que está relacionado directamente con muchos de los grandes males que azotan a la humanidad?

El reciente terrible crimen de dos niñas pequeñas en Tenerife, por parte de un padre que ha acabado con sus vidas para dañar hasta el infinito a su madre, ha sido tramitado judicialmente como un caso de violencia machista. Efectivamente, es un caso monstruoso de violencia de género, pero no todos los hombres machistas son capaces de tal atrocidad, ni mucho menos todos los hombres en general. Para cometer ese acto aberrante hay que estar vacío de sentimientos, carecer de empatía, estar lleno de odio y ser incapaz de sentir amor por los demás; hay que estar vacío por dentro, carecer de alma y de corazón, pensar sólo en uno mismo, es decir, hay que ser un psicópata, además de ser un machista. De hecho, así es el perfil psicológico de ese padre que han destacado los expertos. Liberemos por tanto a los hombres de tanto peso y tengamos en cuenta las diversas perspectivas que explican la realidad. Porque reivindicar los derechos de las mujeres es, en realidad, reivindicar los derechos de toda la humanidad.