Sin embargo, la situación, a día de hoy, es bastante más compleja de lo que algunos creen. ¿Debe gobernar España un personaje que, en efecto, no tiene nada que decir?  ¿Hemos de estar condenados a un jefe de Ejecutivo que ha hecho del mutismo y de su evidente incapacidad de liderazgo, virtud? No sólo no dice nada, salvo reiterarse en los tópicos, sino que -con frecuencia- afirma una cosa y al día siguiente se queda tan ancho asegurando o insinuando la contraria.

El proceso de paz
En la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, Rajoy se enrocó ante el proceso de paz y decidió hacer cuanto estuviera en sus manos para bloquear –de torticeras y malévolas maneras- el diálogo con ETA, orientado, por supuesto, a ser un instrumento para terminar con la violencia y los crímenes terroristas. En ningún momento, Rajoy respaldó con firmeza al Gobierno en una cuestión obviamente de Estado. Todo lo contrario. Movilizó al Partido Popular hasta el punto de que, cada dos por tres, hubo manifestaciones destinadas a cargarse a Zapatero y, ya entonces, a Alfredo Pérez Rubalcaba,  nombrado ministro del Interior. Creyó que boicotear los contactos con ETA podría beneficiarle en su objetivo de pasar al menos cuatro años en el Palacio de la Moncloa. Rajoy fue un obstáculo para liquidar por la vía del diálogo a los matones etarras. Él apenas hablaba, pero dejaba hacer a sus voceros que transformaron ese proceso en una rendición de Zapatero frente a ETA.



El mayordomo Camps
En la segunda legislatura, y tras salvar su cabeza en el Congreso popular de Valencia –con Francisco Camps ejerciendo de mayordomo de modo que aquellos polvos trajeron estos polvos-, los dioses se conjugaron para que Rajoy pasara a vivir políticamente del cuento. A lo largo de estos casi cuatro años de crisis financiera y económica internacional, Rajoy sí dijo en cierta forma algo. Sentenció como culpable de la crisis a Zapatero y a partir de esta premisa construyó un relato perverso del que no se salió ni un minuto. Con el Gobierno del PSOE nos vamos al abismo. Con el Gobierno que yo presidiré empezará para los españoles la larga y alegre marcha hacia el paraíso. Ciertamente, Rajoy no ha dicho nada o apenas nada. Pero ha repetido mucho -hasta la saciedad- una serie de falsedades que han penetrado en amplios sectores de la sociedad.





Solvente y peligroso
Ahora anda cada vez más inquieto. Rubalcaba es un adversario solvente y peligroso. Por eso pide desesperadamente –lo pide su guardia de corps política y mediática- que las elecciones se adelanten más todavía. Si las cosas se tuercen, lo que es posible, Rajoy romperá a hablar y exigirá que, para frenar a los mercados y a las agencias de riesgo, que ni sabe  lo que son, sea entronizado presidente ahorrándonos así, por una vez y no más, las elecciones. Su discurso acabará disculpándole y dirá citando las encuestas: “Esto es lo que hay”.





Enric Sopena es director de ELPLURAL.COM