Este martes concluye el plazo para la salida de las tropas de EE. UU. de Afganistán. Adiós a los derechos humanos en aquel país, y a los sueños truncados de toda una generación-en especial de las mujeres- que creyó, engañada, que colaborar con occidente les traería democracia y prosperidad.  Lamentable. Sencilla y directamente es como se califica la actuación del presidente de los EE. UU., Joe Biden. El silencio, propio del miedo, es el que impera hoy en las calles de Kabul, y en el resto de las ciudades afganas según cuentan los pocos corresponsales que allí quedan. Un silencio que es también el reproche mudo ante una comunidad internacional que ha demostrado su necedad, su egoísmo, y su falta de inteligencia geopolítica, porque de humanidad ya, ni hablamos.

Para hacer el paripé cosmético de salvar la honrilla, el presidente norteamericano salió tras los atentados en una de las puertas del aeropuerto de Kabul, que costó la vida a más de una decena de soldados estadounidenses y otro centenar de afganos, como si fuera un sheriff de un western de bajo presupuesto. Estados Unidos prometió venganza contra el grupo terrorista Estado Islámico (EI), que reivindicó el doble atentado. Joe Biden prometió en un discurso a la nación desde la Casa Blanca que su país no perdonaría ni olvidaría estos ataques: “Los perseguiremos y haremos que lo paguen”. “Estos terroristas no ganarán -aseguró-. Rescataremos a todos los estadounidenses, sacaremos a nuestros aliados afganos y nuestra misión seguirá. EE. UU. no va a ser intimidado”. La respuesta ha sido un par de acciones con drones, supuestamente contra líderes terroristas, que han costado también la vida de niños civiles. Palabras vacías del presidente, brindis al sol de alguien que sabe que ha amortizado su legislatura, nada más empezar, y que pasará a la historia como el presidente que entregó a los integristas talibanes, de nuevo, y con la connivencia del resto de occidente, todo un país con sus millones de almas.

Pone los pelos de punta escuchar las declaraciones del alto cargo del Pentágono Mckenzie, decir que EEUU y los talibanes tienen objetivos comunes contra los radicales del EI: “Ellos (los talibanes) tienen una razón práctica para querer que estemos fuera para el 31 de agosto. Ellos quieren volver a tomar el control del aeropuerto. Nosotros también queremos irnos en esa fecha, si es posible hacerlo, así que compartimos un propósito común”. Es decir, que los talibanes, radicales islámicos, tienen prisa en que no queden testigos internacionales, y les viene bien que EEUU elimine a la competencia terrorista que actúa fuera de su control: maravilloso. Creer que el enemigo de mi enemigo convierte al primero en mi amigo, es otro ejercicio de estupidez de dimensiones planetarias. Uno se plantea, viendo lo visto, que si estos sesudos dirigentes son los que están llamados a dirigirnos y conducir nuestros destinos, una apocalipsis meteórico resulta mucho más rápido y respetuoso con el medio ambiente.

Biden remarcó que no existen pruebas, hasta ahora, de que se haya producido algún tipo de “confabulación” entre los talibanes y el EI para llevar a cabo estos ataques, cuestión que, nadie le había planteado, y que recuerda la máxima latina de excusatio non petita, acusatio manifesta. Para los que pertenecen a la ESO y no saben latín: “excusas no pedidas son una acusación manifiesta”.  Biden asumió su responsabilidad por lo ocurrido, dado que desde hacía días las autoridades estadounidenses llevaban avisando de la “posibilidad real” de un ataque del EI, pero defendió que su “única alternativa” era sacar a las tropas estadounidenses de Afganistán.” “Soy responsable, fundamentalmente, de todo lo que ha sucedido últimamente”, reconoció Biden. Pero es responsable de mucho más. Recordó que su antecesor en la Casa Blanca, Donald Trump, llegó a un acuerdo en febrero de 2020 con los talibanes para retirar a los soldados estadounidenses de Afganistán antes del 1 de mayo de 2021, a cambio de que los insurgentes no acogieran a terroristas y no atentaran contra las tropas extranjeras. Al llegar a la presidencia, Biden se encontró con que solo “tenía una alternativa”: continuar con el acuerdo de Trump para sacar a los soldados de EE.UU. de Afganistán. “Nunca -dijo- he sido de la opinión de que se deben sacrificar vidas estadounidenses para intentar establecer un Gobierno democrático en Afganistán, un país que nunca ha sido en su historia una nación y que está hecho, y no lo digo de manera despectiva, de un conjunto de diferentes tribus que nunca, nunca se han llevado bien”. Biden avergüenza a sus votantes con estas manifestaciones. Avergüenza la memoria de los estadounidenses que han trabajado y muerto, incluso, para construir un principio de democracia en Afganistán, y avergüenza a la historia, con una inacción, por omisión, o asunción de los acuerdos del descerebrado Trump, que van a tener repercusiones en Oriente Medio, en primer lugar, y a escala internacional. El sacrificio de la población afgana, entregándola como rehenes y víctimas a la venganza integrista, con la connivencia interesada de china y Rusia, y la indolencia aparentemente afectada de Europa, es un borrón más, de sangre, en las páginas de nuestra historia como especie.