Nos creemos más sensibles de lo que somos. Según la época, ser sensibles a algunos temas puede parecer una moda, por duro que resulte. Lo hemos visto con Afganistán. Tras un inmenso torpedeo informativo, la fuerza va bajando hasta, en pocos días, ir al cajón del olvido. Y no porque el problema haya acabado, al contario. Nada más acaba de empezar. Para todas las personas que se quedan, especialmente las mujeres, el infierno empieza, y sus llamas suben conforme baja la atención del mundo.

No es un caso aislado, por desgracia. El mundo sufrió una sacudida con el secuestro de las niñas de Boko Haram, pero acabamos olvidándolas, como olvidamos también el drama de los refugiados que copó titulares durante un verano para luego pasar al ostracismo más absoluto. Olvidamos también a las víctimas de cada catástrofe natural, no sé si son más frecuentes con el cambio climático o más visibles, pero que debería llevar a una repensada.

También nos ocurre con la violencia de género. Cuando pensábamos que teníamos mucho camino ganado, al emigrar las noticias sobre violencia machista de los sucesos a la sección de sociedad, empezamos a perder fuelle. Y aunque hubo un momento en que esta tragedia ocupaba portadas, dejó de hacerlo como si el problema hubiera acabado. Hasta que hechos tan escalofriante como el asesinato de las pequeñas Anna y Olivia nos vuelven a abrir los ojos. De pronto, todo el mundo sabía de violencia vicaria, aunque jamás nos lo dijeran. Y así, me temo, en un bucle infinito. Y ¿qué decir de las cifras de muertos y contagios de COVID? Es como si ya no nos afectara cuando antes era el parte nuestro de cada día

Por otro lado, también existe el efecto contrario. Problemas que no son acuciantes o, aun siéndolo, no deberían serlo tanto, se vuelven un tema mediático de primer orden, como las famosas “okupaciones” que no son tales. Solo hay que escarbar un poquito para descubrir la de bulos y manipulaciones que nos llegan, como el de la cuidadora. La mayoría de esos casos no pasan de ser impagos de rentas o usurpaciones de inmuebles abandonados. Que no es que estén bien, pero no tienen la incidencia que nos quieren vender. Y recalco el término “vender”.

Por último, algo que me tiene desconcertada, el precio de la luz. No niego la importancia ese aumento desmesurado, pero no veo sentido a cantar cada día el precio del kilovatio/hora, un dato que hasta ahora poca gente conocía. Quizás si nos explicaran cuántos euros más nos supone en la factura mensual, sería más útil y menos alarmista

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)