Los dioses son cosas frágiles: pueden ser eliminados con un solo atisbo de ciencia, un poco de racionalidad o una pequeña dosis de sentido común, decía el escritor y librepensador inglés Chapman Cohen. Y así es; a partir de cierta cota de inteligencia y/o de conocimiento (y no hace falta mucho de ninguna de las dos cualidades), la creencia ciega y los dogmas que imponen las religiones se hacen imposibles de asimilar y de aceptar si, ya digo, se tiene un mínimo de espíritu crítico.

Sin embargo, es evidente que la inteligencia, la razón y el sentido común no son lo que dirigen el destino del mundo ni la voluntad de las personas, porque es evidente también que las religiones monoteístas llevan muchos siglos interfiriendo de manera rotunda en las mentes, en los gobiernos, en las políticas y en la vida de las personas de buena parte del mundo, a pesar de esa fragilidad de la que hablaba el pensador inglés . En concreto, el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio romano en el año 380, a través del edicto de Tesalónica, promulgado por el emperador Teodosio I. Ya ha llovido. Y sobra decir que el imperio romano empezó su declive y su caída definitiva sólo quince años después, en el 395.

Casualmente, aunque dicen que el azar no existe, el inicio del cristianismo como religión oficial coincidió con el final de las democracias antiguas, y del período histórico más brillante y más eminente de la historia humana. Esa coincidencia es más que elocuente.

Hace años, en un viaje a Paris me encontré con una tienda, en el barrio de Montmartre, que vendía ropa de todo tipo; era una tienda muy especial, con un aire muy bohemio, de esa bohemia francesa que no se encuentra en ninguna otra parte del mundo. Me llamaron muchísimo la atención unas camisetas con mensaje; recuerdo que uno de esos mensajes era ese precioso lema que está, en inglés, sobre una de las puertas de la maravillosa librería parisina Shakespeare and Company, y que invita a la tolerancia y al respeto a los diferentes: “Be not inhospitable to strangers lest they be angels in disguise” (No seas hostil con los extraños, no vayan a ser ángeles disfrazados). Por supuesto, me la compré. Y el mensaje de otra camiseta que me llamó mucho la atención era: “Réligions et sectes, non, merçi” (Religiones y sectas, no, gracias). Y también me la compré.

Entonces andaba yo leyendo sobre historia de las religiones y sorprendiéndome mucho por las grandes catástrofes y los gravísimos daños que han ocasionado a la humanidad a lo largo de la historia; y estaba también asimilando la idea de que las religiones son sectas. Si se leen las características y las técnicas de manipulación específicas de las sectas destructivas y los grupos sectarios, coinciden absolutamente con el modo de acción de las organizaciones religiosas. Y verlo escrito en una camiseta me asombró. Porque en España considerar esa similitud es impensable; sin embargo, los franceses, en general, lo saben muy bien.

Es innegable que vivimos en un país en el que la presencia de la religión es contundente. La religión en España, gracias al Concordato que firmó Franco con el Vaticano en 1953 y que se refrendó con el cambio de régimen en 1979, está presente en la actualidad en todos los ámbitos, tiene inmensos privilegios, obtiene cantidades inmensas de dinero público de muchos modos y maneras, desde una partida anual de los PGE, negocios, participación en bancos y en las empresas más importantes del país, donaciones, inmatriculaciones de bienes públicos, exenciones en el pago de impuestos…; y está presente en la Educación, en la Sanidad, en el Ejército, en las instituciones penitenciarias, en los hospitales, en las residencias de ancianos, en los orfanatos, en todo. Y, a pesar de que supuestamente, según dice nuestra

Constitución, España es, en teoría, un país laico, en realidad la religión sigue controlando, como en el franquismo, la moral social e individual y, por supuesto, las principales instituciones de este país.

Sin embargo, el reciente estudio del CIS sobre religiosidad ha concluido con la cifra de auto identificados como católicos más baja en la historia en España, un 55,4%. Los motivos son múltiples y variados, como la mayor formación académica de la población, la mayor conciencia de la solidaridad y la moral natural aplicada a otros campos siempre ignorados absolutamente por la religión, como la ecología y el animalismo, el cada día mayor rechazo de una dogmática religiosa que “ya no cuela”, porque la ciencia y el conocimiento están ahí, aunque muchos se sigan negando a verlo.

Las iglesias se están quedando vacías. Las nuevas generaciones ya no pasan por el aro porque, como decía, el analfabetismo ya no es lo que era; el de hoy en día es funcional, que no es pecata minuta, pero la creencia ciega en algo es mucho más difícil que en años o siglos atrás. A pesar de todo ello, paradójicamente la Iglesia católica sigue manteniendo casi los mismos y exageradísimos privilegios de todo tipo que en el franquismo. Es, sin duda, una anacronía que tarde o temprano se tendrá que superar.

Respecto de la espiritualidad, es otra cosa; como decía Gandhi, religión y espiritualidad son conceptos radicalmente contrapuestos.