Esta semana se ha reunido el gran sanedrín empresarial para coincidir en las mismas jeremiadas y en los mismos lutos. Todos ellos, pero en especial los representantes del sector turístico, hacían hecatombes mediáticas para ofrendar a Sánchez el humo de la carne chamuscada de sus mejores carneros y ganarse así su benevolencia. Pedían una lluvia tropical de millones, pero sin prometer nada a cambio, como por ejemplo mejorar las condiciones laborales de los empleados o aceptar sanciones económicas si no cumplían.

A mí estos profesionales de la lágrima me recordaron a los yonquis de los años ochenta que, con esa voz grumosa y desdentada que les inventaba el jaco, te pedían dinero, tío, venga, tírate el rollo, dame veinte duros. Los turistócratas también le exigían al Gobierno, no cien pesetas, sino un aguacero de millones, una DANA de euros, ya digo. Que hay que salvar, Sánchez, colega, la economía, los curros, el PIB, el PUF y el pim, pam, pum. Dame algo o te picho.

De modo que el Gobierno, asustado por las amenazas del lobby de las chancletas, pellizcó unos billetes del monedero y anunció ayer que beneficiaría con 4.250 millones al turismo —más del doble de lo destinado a reconstruir la educación—  para que los hoteles, turoperadores, cruceros y aerolíneas empiecen a contaminar lo antes posible.

Pues la industria del turismo de masas es responsable de casi una décima parte de las emisiones globales de efecto invernadero, según un estudio publicado en Nature Climate Change. Una industria muchísimo más contaminante de lo que se pensaba. Una industria inmoral, al menos desde el punto de vista climático y medioambiental. Y es inmoral por varias razones, aparte de la mencionada. Es inmoral porque unas pocas empresas se lucran del bien común: la naturaleza, las montañas, las playas, etc. Es inmoral no solo porque deforma la fisonomía de las ciudades y los pueblos, sino porque destruye el secular modo de vida de los autóctonos, al hacer depender su economía del billetero foráneo. Es inmoral porque crea empleos precarios. Y es inmoral, en fin, porque, mientras la riqueza generada va principalmente a manos de los hoteles, compañías aéreas, restaurantes, empresas de transporte o constructoras, los perjuicios se distribuyen entre toda la población. Ahí están Venecia o Magaluf, por ejemplo.

Es preocupante que un país como el nuestro siga dependiendo de los anticiclones y las isobaras. Claro que sale más barato alinear tumbonas en las playas de Cádiz y hacer agitprop de derechas —me refiero a ese publirreportaje o campaña turística presentada ayer para atraer a los guiris, Spain for sure— que crear una potente industria nacional. Este monocultivo de sol y playa viene de antaño. Felipe González fue el primero en esmerarse en destruir el tejido industrial del país, en imponernos una sociedad de mercado y en emprender las privatizaciones, que, si bien pueden reducir la deuda pública, no rebajan el déficit estructural, ya que solo producen ingresos el año de la venta de esas empresas. A González lo secundó en esto de las liberalizaciones y privatizaciones Aznar, quien, además, le metió un ciclo de anabolizantes al ladrillo para que la economía pareciese musculada, cuando esa corpulencia era pura filfa. ZP y Rajoy, finalmente, perseveraron en lo mismo.

Y así es como, más de medio siglo después del sol que brillaba en los carteles triunfalistas del Spain is different de Fraga, la economía española sigue dependiendo de los temporeros que sirven paella de chiringuito a los franceses, a los belgas, a los ingleses, a los alemanes. Por cierto, desde el lunes ya andan estos chancleteando por su land de Mallorca, ese otro territorio federado y nibelungo de Merkel. Y tanto es así que los teutones entran en España como Pedro por su casa o, mejor, como héroes de Troya. Lo hacen, en efecto, entre serviles aplausos del personal carpanta y hotelero, sin que se les hagan test y sin que sepamos si vienen o no coronizados detrás de las mascarillas. Pero es que a lo mejor Sánchez aún no se ha enterado de que en Gütersloh —a unos ciento y pico kilómetros tan solo del aeropuerto de Düsseldorf, de donde voló este lunes la primera bandada primaveral de alemanes en busca del sol mimoso de Mallorca— hay un rebrote de coronavirus seis veces mayor que el de Pekín.

A Sánchez se ve que le han vencido las presiones de los turistócratas y los wasaps de Nadia Calviño, esa ministra tan amada en la timba económica de Bruselas. De ahí el adelanto al día 21 para abrir las fronteras. ¿A qué buscar alternativas laborales al desempleo? Hagamos lo de siempre. Sol y playa. Remendemos a toda costa el PIB, el PUF y el pim, pam, pum. Y que les den al coronavirus, al clima, a las emisiones, al planeta, a este escribidor y al medioambiente. A partir del próximo domingo, pandemia de turistas nacionales y europeos. TripAdvisor nos hará libres.