Pedro Sánchez ha vuelto a la Secretaría General del PSOE, de la que salió tras perder una votación en el seno de un Comité Federal, el máximo órgano de su partido, sobre el calendario congresual a seguir por el PSOE. En contra de lo que mucha gente opina, nunca se votó si el PSOE debía abstenerse o no en la sesión de investidura de Rajoy. Lo ocurrido, en política, no importa tanto como lo que se cree que ha ocurrido. Se habla mucho de la postverdad como marca de estos tiempos de Trump y sus tuits. Pero, al menos conceptualmente, llevamos siglos de postverdad. Ya Nietzsche afirmó aquello de que "no existen hechos, sino interpretaciones". Desde entonces, en los asuntos humanos, las percepciones configuran los hechos, y no al revés.

No era tan difícil prever que Sánchez ganaría a Susana Díaz. La historia del príncipe destronado y amigo del pueblo es imbatible. Sobre todo, si no se la combate, como pasó en unas primarias en las que Díaz fio todo el discurso a su capacidad de ganar elecciones. De carambola, tras un enfrentamiento interno sin precedentes, más parecido a una ruleta rusa que a otra cosa, el partido tiene un líder con un relato que la gente entiende y abraza. Un relato emocionante, fácil e impregnado de justicia. Algo que no tenía ni ese mismo líder, ni ese mismo partido, antes de la aciaga noche del Comité Federal en la que las percepciones y la realidad se cortocircuitaron para generar una ficción políticamente relevante. Tras su redención orgánica, Pedro Sánchez ya no es un insensato, un kamikaze o un ególatra: bendecido por el voto directo de las bases, es un símbolo de la resistencia popular frente a las confabulaciones de los "barones", esa nueva construcción semántica, sujeto histórico o significado flotante, que dirían los de Pablo Iglesias, y que representa el mal absoluto de la política. Los estudiosos de los cuentos populares, como Vladimir Propp, lo saben: Los relatos no solo construyen los hechos; también construyen a los héroes. Y, por cierto, fabrican villanos necesarios, antagonistas útiles en toda batalla. Los dichosos, desdichados barones.  

Llegados a este punto, el futuro del PSOE se dirime entre dos realidades: por una parte, sube en las encuestas aupado en el magnetismo de la historia de su candidato, felizmente repuesto en el trono por ese metáfora del pueblo que son los militantes, frente a la casta del partido al completo. Por otra parte, a este nuevo PSOE por hacer, y al menos por ahora, solo tiene ese relato, encarnado por un solo hombre. Porque a diferencia de lo que ocurre con Podemos, el relato –por ahora- le pertenece exclusivamente a él, a Sánchez, no a las siglas, indefectiblemente asociadas a una socialdemocracia demasiado llena de historia como para convencerse a estas alturas de que es otra cosa de lo que es. El PSOE de Pedro Sánchez se lo juega todo a una carta: Si ese hombre fracasa, si ese relato diluye su tracción poética en la prosa compleja y exigente del día a día, ¿qué relato, qué historia, qué símbolo le quedará al PSOE, una vez jubilado todo su pasado, desde Suresnes a Zapatero? Los guionistas de Polònia, el programa de humor de TV3, lo vieron con agudeza cuando hablaron del Pedro Sánchez Obrero Español.

Sin embargo, podría ocurrir que este Pedro Sánchez también fuese un hombre nuevo, inédito, y lograse, con tesón y mucho diálogo (cualidad que sus adversarios le niegan), reconstruir una organización para el largo plazo y sentar unas bases más sólidas y duraderas que el relato que lo devolvió al trono. Extraer "excalibur" de la roca dio la corona a Arturo, pero lo que lo mantuvo en el poder fue su mesa redonda de caballeros leales que ganaban batallas con el objetivo de crear un reino poderoso. La leyenda fundacional es solo el principio, y aunque el principio sea más de la mitad del todo, como recordaba Aristóteles, aún no es el todo. Se necesita el resto de la historia.

 La experiencia, a veces, nos cambia. Pedro 1.0 pactó con Ciudadanos, habló de mestizaje ideológico y exhibió una bandera de España más grande que la de la plaza de Colón. Pedro 2.0 se autoproclamaba rojo y hablaba de España como nación de naciones. El Pedro 3.0 que sale del 39 Congreso del PSOE tiene rasgos de los dos: es plurinacional y a la vez quiere pactar con Ciudadanos y Podemos, lo que se antoja tan fácil como cuadrar un círculo. Tácticas al margen, la pregunta que debemos hacernos tras su reposición con plenos poderes en el trono socialista, es la siguiente: ¿Podrá, aparte de vencer en su partido, convencer fuera de él? Y como sociólogos, una cuestión interesante: ¿Es la militancia del PSOE un fractal del centro izquierda sociológico, o es más bien un espejo cóncavo, curvado en torno a sí mismo y sus propios demonios? Démosle tiempo a Pedro y al PSOE, que en estos momentos son la misma cosa. Sí, se necesita el resto de la historia, como decíamos. Pero un relato es un punto de partida imprescindible en la era líquida de las percepciones. Y él –Pedro y el PSOE-, al menos por ahora, lo tienen.