Supongo que habrá cavilado otras propuestas en su programa electoral pero semejante imperativo, junto con el de gravar a los bancos cuando se repongan, es el estribillo que ha calado.

Con este mensaje ha roto la muralla mediática que castiga al que se supone perdedor y de la que sabe tanto el perspicaz comunicólogo, aquel que recomendara a Zapatero que no dijera una frase que no cupiera en un titular periodístico.

Que los ricos paguen más, además de una fuente de ingresos que el hombre de Solares cifra en torno a los 1.500 millones de euros, es, sobre todo, un imperativo moral, una propuesta cargada de poder simbólico.

Sin embargo uno se conformaría no con que los ricos paguen más, sino, simplemente con que paguen algo pues es bien sabida la escasa propensión que tienen a los impuestos, una horterada que reservan para gente baja y media que no es que disfruten pagando pero que no pueden liberarse del control de la nómina o del IVA que recauda por igual a pobres y ricos, activos y pasivos.

Desde que el añorado Paco Fernández Ordóñez constatara que cada vez tenía menos amigos personas físicas y más amigos personas jurídicas el fenómeno se ha generalizado y se han encontrado maravillosas fórmulas de escape como las SICAV gravadas con el 1 por ciento que es el desiderátum del contribuyente.

El candidato, que tuvo que tragar con la reforma exprés de la Constitución con alto coste para la imagen ha tratado de recuperar autoridad impartiendo una orden al presidente: “Quiero que repongas el impuesto sobre el patrimonio, salvando a la clase media”.

Este impuesto que Rodríguez Zapatero debió transformar pero no suprimir, adolecía de algunos defectos: castigaba a la clase media y dejaba escapar a los verdaderamente ricos, pero al menos tenía la virtualidad de detectar fuentes de renta, obstaculizando la evasión fiscal.

Esta propuesta,  junto con la fijación de un impuesto a los beneficios de los bancos, que contribuyeron a la crisis con su imprudencia prestamista, una vez que hayan resuelto sus problemas de capitalización, es un buen argumento que el PP trata de ridiculizar en vano.

Ciertamente con esta propuesta no se resuelve la grave crisis pero no está mal como propósito y como estímulo para sacar de sus casas a la gente progre con pocas ganar de votar a su partido.

El Partido Popular, aunque no lo confiese, ha contraprogramado con una “aspiración” a crear tres millones y medio de empleos.

Eso sí que es demagogia de grueso calibre pero estoy convencido que tendrá su efecto en mucha gente y, especialmente, en el nutrido ejercito de parados.

José García Abad es periodista y analista político