No comiencen por los ajustes de cuentas. No seamos así. Para lo que nos queda en el convento, tampoco es plan ir a buscar a la gente con la escopeta de caza del abuelo y la ración de plomo. Más que nada porque las calles de esta España nuestra, donde es costumbre llevarse las afrentas a la tumba sin perdón posible, podrían convertirse en algo parecido a un coto de caza cuando se abre la media veda de la codorniz: un montón de tíos pegando tiros al aire con más ansia que criterio, y el hombro en carne viva por culpa del retroceso del trabuco. No. Mejor repasemos en la memoria todas esas cosas que quisimos hacer y no pudimos, o no quisimos, o no nos dejaron. Si alguien dice plantar un árbol cierro la persiana y no vuelvo a escribir. No sé, algo más profundo pero sin ponernos demasiado pastel. Yo, por ejemplo, lo mismo aprendo a nadar y todo. Llevo a gala esto de ser de la Castilla profunda, y lo del agua en cantidades superiores a una bañera siempre me ha dado mal fario. Pero total, acabándose el mundo, es de suponer que uno ya no debe temerle a palmar ahogado en la piscina municipal. Les parecerá una chorrada, pero lo de nadar es un problema social de relevancia cuando se dan dos brazadas y se ve el fondo cada vez más cerca. El susto nos lleva al ridículo de forma peligrosa, y el cloro no tiene el bouquet de un buen Ribera de Duero.

Podemos prepararnos también para recibir con los brazos abiertos horas y horas de cine catastrófico, en este caso por partida doble. Me refiero al argumento, y a la calidad de las cintas. Con tres o cuatro páginas de guión que no incluyan más de una docena de frases completas puede realizarse perfectamente una producción de este tipo, ya que los efectos especiales en 3D son lo que realmente nos llevará al cine para esudiar con detenimiento como será nuestro óbito. Ciudades destrozadas por todo tipo de fenómenos atmosféricos fuera de límites, asteroides camino de la tierra, el núcleo del planeta haciendo cosas raras, plagas y virus... todo vale para no entrar a la sala de al lado y ver La piel que habito de Pedro Almodovar, por ejemplo ¡Cine español! ¡Jamás! Yo entro a ver Apocalipsis Final IV, que es una forma mucho más patriótica de pulir unos euros. Ya luego me bajo la otra de Internet, en ejercicio de la libertad de expresión (creo) y en protesta contra la ley Sinde.

Bueno, pues lo dicho. Que encienden las luces y se acaba la fiesta. Apuren la copa y pasen por el ropero, porque en breve cierra el garito. Yo ya tengo la conciencia bastante tranquila, y con lo de nadar me sobra, aunque voy a pasar antes por la casa de mi abuelo... Sólo por si acaso.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin