Los resultados del domingo pasado en Alemania han venido a rematar un largo ciclo de crecimiento de las fuerzas de extrema derecha en el mundo, sin duda una realidad preocupante, sin embargo, tanto en los resultados en Alemania, como algunos otros hechos acontecidos desde la victoria de Donald Trump, deberíamos identificar algunos elementos para el optimismo. Como siempre en política, no basta con el optimismo de la voluntad, hay que remangarse para empujar los cambios, pero lo prioritario es que la razón no nos condene a un pesimismo paralizante.
El primer elemento de optimismo tiene que ver con que, aparentemente, se va a mantener el cordón sanitario y que AfD no entrará en el gobierno de derechas que previsiblemente se constituirá. Esta no es una cuestión menor, porque, por más que la sensación sea que nada sirve para frenar esta ola de avance institucional de la internacional del odio, y que la gran coalición precedente ha hundido a la CDU, lo cierto es que si ampliamos el foco, en el tiempo y en el espacio, es decir, si analizamos la evolución de este fenómeno en la última década, en diferentes países, parece evidente, al menos en los sistemas parlamentarios, que en aquellos países en los que la derecha tradicional ha permitido a la ultraderecha acceder a poder institucional, han favorecido que lleguen a situarse como primera fuerza.
Se podría extender esta interpretación a los sistemas presidencialistas si ampliamos la idea de cordón sanitario a una que me resulta más interesante, que es la normalización en el debate político de las posiciones propias de este campo. El experto en la extrema derecha, Cas Mudde, señala que uno de los elementos que más influye en el avance social y electoral de estas fuerzas políticas, es que logren la normalización de sus discursos, lo que suele suceder porque las derechas tradicionales, ante el miedo a la pérdida de apoyo, incorporan temas y discursos a su acción política, o les incorporan en alianzas de gobierno, por tanto aislarlos institucional y socialmente ha tenido mejores resultados que normalizados, solo hay que mirar Francia e Italia.
La otra cuestión para el optimismo son las lecturas detalladas de los perfiles de votantes, hay quien está escandalizado por el supuesto avance de las opciones de extrema derecha entre la población más joven y entre territorios de perfil sociológico obrero, en un análisis de brocha gorda es razonable esta preocupación, en un análisis más fino encontramos que entre la población joven el respaldo no es mucho mas elevado a la extrema derecha que en otras cohortes, en según que casos hay algo más de respaldo en el caso de los hombres, pero compensa con mucho el rechazo de las mujeres, desde luego en las cohortes más jóvenes, pero no sólo. De igual manera, de un análisis fino de los datos de respaldo por clase social, no hay una transferencia de votantes progresistas de perfil obrero que hayan empezado a votar a la extrema derecha, hay una transferencia de voto en el seno del bloque de la derecha, otra vez, las claves de cómo siga avanzando o se frene esta ola reaccionaria está en buena medida en la derecha.
Pero no basta con exigir a los demás que se muevan ante la urgencia de perder elementos básicos de la democracia, la polarización objetivamente existente hoy sólo implica que el éxito electoral depende de la capacidad de movilizar el bloque propio, sumado a la capacidad desmovilizar al bloque ajeno. Por tanto, en el bloque progresista hay mucha tarea pendiente para movilizar a los propios y desmovilizar la alianza del odio.
Analizando resultados de sucesivas elecciones, en España y en todo el mundo, hay una constante común; el auge de la extrema derecha siempre sucede en situaciones de inseguridad material, desigualdad y ausencia o incertidumbre ante las expectativas del futuro. Es obvio que hay muchas formas y sentido en que canalizar el descontento social, lo que es incuestionable es que si no se toma la decisión firme e inamovible de resolver los problemas sociales y económicos que generan desafección de amplias capas de la población, hay una campo de cultivo para el éxito de la extrema derecha, quizá hay quien piense que también para el éxito de la extrema izquierda, pero en esa opción yo trataría de ser algo honestas y humildes con las capacidades reales de las organizaciones y liderazgos de ese campo para movilizar y aglutinar apoyo, políticos y electorales, que se aproximen al 20%.
Por tanto, desde la nada despreciable posición de poder institucional de la que se goza, conviene redoblar esfuerzos en resolver los problemas más urgentes, y sin duda en estos tiempos se llama vivienda, y no basta con eslóganes, hay que remangarse y actuar en muchos frentes de muchas maneras, porque no se deshace con un par de hilos de tuits y un buen discurso parlamentario el entramado de alianzas e intereses que nos han traído a una crisis tan profunda y grave del precio de la vivienda. Ya no valen las medidas que hace 20 años, cuando se iniciaba el movimiento V de Vivienda, el PSOE rechazaba como radicales, hay que ir mucho más lejos, y mucho más rápido en todos los frentes de políticas públicas que afectan al mercado de la vivienda, que no son pocos.
No es la única materia en la que hay que intervenir, pero desde luego sí la más compleja, urgente, y que más palancas puede mover en el descontento social cotidiano. No digo que resolver esto conduzca a la desaparición de la extrema derecha en nuestra realidad política, pero si digo, con pleno convencimiento, que de resolver las cuestiones sociales que más inciden y condicionan las brechas sociales depende la movilización del bloque progresista para evidenciar que seguimos siendo más.¿Qué hacemos con la ultraderecha?