Resulta ridículo observar en estos días previos al 4 de diciembre el furor entusiástico de Moreno Bonilla y todo el PP andaluz, con el acompañamiento servil y complaciente de muchos medios de comunicación, y especialmente de la radio y televisión públicas, con el que se está procediendo a celebrar la proclamación de esa fecha como Día de la Bandera. Nada que objetar a que el aniversario de las masivas manifestaciones con que por primera vez el pueblo andaluz se echó a la calle para reclamar su derecho a la autonomía ocupe un lugar principal en el calendario de las efemérides de nuestra tierra. Fue aquel un estallido social como no se había visto antes, teñido de negro por el asesinato en Málaga de Manuel José García Caparrós cuando intentaba colgar una bandera andaluza.

Pero hay en todo este asunto algo que huele a manipulación para inventar un relato de nuestro proceso autonómico de acuerdo con los intereses del partido que hoy nos gobierna, y sobre lo cual es preciso hacer algunas consideraciones. La primera es de carácter formal: en cada uno de los hitos simbólicos de nuestra Comunidad ha intervenido el Parlamento, en la proclamación de la bandera y del himno de Andalucía, en la declaración de Blas Infante como Padre de la Patria Andaluza y en la del 28 de Febrero como Día de Andalucía. Ello ha hecho posible, en primer lugar, que hayamos podido debatirlas y decidirlas con la participación y el respaldo unánime de todas las fuerzas políticas. Además, esa implicación del Parlamento ha permitido que esos elementos simbólicos de nuestra Comunidad no puedan ser patrimonializados por ningún partido ni por el gobierno de turno, a pesar de que algunos de los que ahora nos quieren robar la bandera no querían lucirla entonces nunca. Ahora, el Día de la Bandera es un acto del gobierno, sin participación de la pluralidad representada en el Parlamento, en el que muchos nos sentimos excluidos por el empeño en contar la historia de forma tan falsa, privándole de toda la virtualidad que podría haber tenido de ser aprobado como lo fueron los otros hitos de nuestro entramado institucional.

No se trata tan sólo, pues, de que algunos, como quien suscribe, tengamos la sospecha de que estamos ante un intento torticero de utilizar la bandera de todos y todas como un elemento de división, sino que hay más datos que abundan en que ello es un hecho. Aquel 4 de diciembre de 1977 tuve el honor de dirigirme a las decenas de miles de manifestantes en la plaza de las Tendillas de Córdoba en nombre del PSOE a favor de la autonomía. Por ello me creo con  legitimidad para denunciar esta tergiversación de la historia. Así, la intervención del Presidente del Parlamento para conmemorar los 40 años de su constitución hizo un repaso somero de nuestro proceso hacia la autonomía en el que se pasó de Blas Infante a Manuel Clavero sin  solución de continuidad, obviando deliberadamente al primer Presidente preautonómico de Andalucía, Plácido Fernández Viagas, y  al primero efectivo, Rafael Escuredo, por lo que no puedo dejar de expresar mi sorpresa e indignación. Otro hecho prueba el interesado intento de apropiarse de la memoria de aquel proceso: en el Museo de la Autonomía se termina la exposición conmemorativa en 1980, sin mencionar para nada el Estatuto de Autonomía. El PSOE de Andalucía, al que ambos Presidentes pertenecían, parece que no existió para nada en aquel largo y difícil proceso, en el que quienes sí pusieron todas las trabas y obstáculos fueron las fuerzas políticas de quienes son directos herederos quienes ahora nos gobiernan y quien les blanquea y verdea porque –dice Rojas Marcos– son “más amables”. No es manipulación ni relato inventado, es pura y simplemente la mendacidad cínica de quienes pretenden envolverse en esa bandera que nunca han defendido de verdad.

Porque, a estas alturas de esta historia, hay que preguntarse de qué Día de la Bandera estamos hablando, más allá de los fastos y oropeles con que se vaya a celebrar en el Palacio de San Telmo. Debería ser el día de la bandera el que se abordara de una vez la lamentable situación en que se encuentra la sanidad pública andaluza, especialmente su Atención Primaria, dejando de desviar recursos para financiar la sanidad privada, como debería ser de la bandera ese día en que este gobierno se decida a reducir la ratio de las aulas de la enseñanza pública y a mejorar las dotaciones de recursos para los colegios e institutos públicos en lugar de engordar a la enseñanza privada. Un buen día de la bandera será aquel en que la derecha que nos gobierna se dedique a poner en pié una política fiscal que beneficie a las clases medias y trabajadoras y no a los más pudientes, para poder llevar a cabo políticas de redistribución que favorezcan a los más débiles para hacer frente a la alta inflación, ese día en que la Junta de Andalucía se sume a respaldar y complementar las políticas sociales del Gobierno de España, en lugar de confrontar por sistema – sea lo que sea, haga lo que haga – contra el gobierno de todos los españoles. Un buen día de la bandera debería ser este de hoy en que el gobierno andaluz reconozca que la bajada del paro en Andalucía en el último año es menor que en el conjunto de España, lo que le obligaría a tomar medidas con las competencias que tiene, o ese otro en que se decida a dejar de manipular de forma grosera la radio y televisión públicas de Andalucía, engrandeciendo los actos del Presidente de la Junta y criticando por sistema al Presidente del Gobierno, sonrojándonos a quienes sentimos Canal Sur como la nuestra y no queremos que se la apropie nadie. 

Mientras ese buen día de la bandera llega, algunos continuaremos teniendo en nuestras casas una bandera de Andalucía para engalanar nuestros balcones el 28 de Febrero, para sentirla cuando hay una buena película de algún director andaluz, cuando vemos que nuestros teatros se llenan de público y cuando en las librerías se venden más libros de autores andaluces, y la tendremos a mano para denunciar la falta de compromiso de nuestros gobernantes con los problemas de nuestra tierra, con las necesidades de la mucha buena y sencilla gente a la que nadie, por muy Presidente de la Junta de Andalucía que sea, debería de faltar intentándoles engañar y manipular.