El congreso del PSC deja a Salvador Illa en las mejores condiciones para repetir la victoria electoral del año 2021. Los sondeos vaticinan que el líder de los socialistas catalanes las ganará con un margen sensiblemente mayor al de hace tres en el que empató a 33 diputados con ERC, pero con 49.000 votos más. Las diferencias, dicen las encuestas, se agrandarán a su favor, sin embargo, la presidencia de la Generalitat y el gobierno de Cataluña están igual de lejos que entonces porque la normalización política no ha llegado y la reconciliación tampoco, a pesar de la amnistía. Para superar estos hándicaps, el PSC debería acariciar la mayoría absoluta y tener a mano una alternativa a ERC.

La herencia más perniciosa del primer Procés es la división en bloques del Parlament. Esta división parece diluirse durante el curso político por las discrepancias permanentes entre ERC y Junts, pero renace automáticamente en cuanto se percibe el peligro real de que el PSC pueda acercarse a la presidencia de la Generalitat. Después de convocar elecciones precipitadas por su fracaso con los presupuestos, lo primero que dijo el actual presidente, Pere Aragonés, es que “ERC no votará a Illa para la presidencia”.

La segunda vez que habló Aragonés fue para recuperar un clásico del nacionalismo en tiempos electorales, “Illa es el delegado de la Moncloa en Cataluña”. La posición de ERC se resume en que Aragonés estaría muy dispuesto a recibir los votos del PSC para seguir en la presidencia, sin embargo, no contempla la eventualidad de ayudar a Illa a conseguirlo. De hacerlo, dinamitaría el único punto de acuerdo que mantiene el independentismo, el pacto para resistir y sobrevivir en la Generalitat autonómica, a pesar de todos sus encontronazos estratégicos.

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El PSC ha celebrado su congreso en el tono en el que necesita que discurra la campaña electoral, sin estridencia y con el mínimo ruido identitario posible. Sus ítems son conocidos, subrayar el desgobierno crónico de Cataluña desde que el independentismo transmutó en procesismo, centrar el debate en la inacción de ERC frente a la sequía, la parálisis respecto de la crisis del modelo escolar o el miedo a enfrentar el aumento de la inseguridad, además de las contradicciones republicanas sobre los efectos del cambio climático. Una campaña sobre la gobernación de Cataluña, como si la amnistía hubiera conseguido sus efectos benéficos por el solo hecho de ser formulados.

El gran enemigo de la campaña de Illa a la presidencia es la más que posible reacción de los futuros amnistiados en dar por amortizada la amnistía aun antes de ser aplicada e inauguren el discurso de que ahora ya se puede volver a intentar “porque el Estado ya ha reconocido que tenemos el derecho político a hacerlo”. Para ellos también supondría un peligro, pero especialmente Carles Puigdemont parece muy dispuesto a asumirlo, posiblemente por no disponer de otro discurso con la suficiente carga épica como para movilizar el voto sobre el que teorizar su sueño de regresar para ser investido aun sin estar amnistiado.

Los socialistas solo tienen un aliado natural para después del 12 de mayo, aunque ahora mismo las relaciones con los Comunes no pasan por su mejor momento. El rifirrafe por el casino de Hard Rock ha derivado, por parte del partido de Ada Colau, en la tesis de la conspiración de PSC y ERC para enterrar la legislatura a cuenta de los Comunes. Esta composición de los hechos coincide con la de Junts, que añaden, por su parte, que la maniobra tiene por objetivo impedir la investidura de Puigdemont por el retraso en la aplicación de la amnistía. Unos y otros no han podido explicar qué interés podría tener el PSC en perjudicar al gobierno de Pedro Sánchez ni porqué Junts retraso la aprobación de la amnistía tantas semanas, las que le faltarán a Puigdemont para redondear hipótesis.

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La elección de Núria Parlon como portavoz del PSC podría ayudar a suavizar las relaciones con los Comunes. La alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet fue tentada por el partido de Colau tras su desaparición de la primera línea del PSC por su decepción por la aplicación del 155. Entonces, su posición sobre el referéndum pactado estaba muy próxima a la de los Comunes. De eso hace algunos años y la nueva portavoz no tardará en actualizar su posición al respecto. De todas maneras, para el PSC los Comunes son unos aliados, pero no una solución. Ningún sondeo les concede un número de diputados suficiente para sumar con el PSC una mayoría suficiente.

La suma insuficiente de PSC y Comunes ya se dio en el Ayuntamento de Barcelona. Para superar el problema, Jaume Collboni rompió con un tabú: recabar la colaboración del PP. Esta fórmula podría ser efectiva también en el Parlament de conseguir los populares un aumento sensible de sus escuálidos 3 diputados. La idea de Alberto Núñez Feijóo de recuperar lo que él denomina “el espíritu de Arrimadas” podría ayudar al PP a mejorar su posición, de prestarse Ciudadanos a desaparecer bajo el paraguas popular, pero también supondría el fortalecimiento del discurso agresivo favorable a la división de los catalanes en dos bloques incomunicados entre soberanistas y constitucionalistas.

La reaparición del “espíritu de Arrimadas” es la última cosa que necesita el PSC, aunque esta radicalidad verbal del PP le pudiera facilitar a los populares un número de diputados imprescindibles para la investidura. La apuesta por la fuerza tranquila hecho en el congreso socialista y su aspiración a obtener el voto de los autonomistas, los federalistas y los independentistas desanimados serán muy difíciles de materializar en una campaña desarrollada entre dos intolerancias irreconciliables. Además, la simple evocación del pacto pro-Collboni entre PSC y PP, presentado como un trágala a Ada Colau en el último minuto, alejaría todavía más a los Comunes del PSC.