En aquella primavera de 1961 el Juanito, la Manuela y Abundio, se enteraron en sendas fábricas de Fráncfort, Ginebra y Paris. Sus vuelos migratorios se habían iniciado antes, entre la cuerda floja de la miseria y los planes de desarrollo del franquismo. Nuestros niños de Moscú ya eran mayorcitos para ser  konsomoles. Con el oro de Moscú, continuaban balanceando los pregoneros oficiales del régimen,  sus connivencias nazis.

El presídium capitaneado en aquella fecha por el camarada Kruschev, guardaba en el arcón del Kremlin tres comunicados para evitar contingencias: -llegó feliz y contento ¡viva el comunismo!; -cayó en su patio, devuelvámelo, no tomen represalias; y - adiós tovarishch Gagarin, para la peor de desgracia de la nave; también  secuestraron  entre las carpetas la carta testamento de Gagarin a su mujer y el guioncito de instrucciones que debía pronunciar el astronauta para la vuelta con éxito. Casi un plan quinquenal de minucias soviéticas, que no pueden ocultar al mundo el feliz resultado del acontecimiento histórico. Una especie de un uno a cero en la guerra fría.

Medio siglo y con internet dan para mucho. El cosmonauta igual que  nuestro torero Machaquito, gozó de tanto éxito que hasta acuñaron una marca de vodka con su nombre, el mismo vodka por el que derrapó su vida cuando se vio desbordado por la labor de representaciones públicas que le impuso la nomenclatura. Años se ha tardado en conocer las causas del accidente aéreo que provocó la muerte de Gagarin. Nueve años de investigación tras montañas de rumores silentes de la dictadura, han dado como resultado que la fuerza de la estela dejada por otro avión hizo imposible controlar el caza dónde efectuaba maniobras.

Ahora, actualmente, estamos en el año dual ruso español, 350 eventos  lo están enmarcando en ambos países: historia, progreso, creación, dinamismo,  y empresa para el encuentro, pero  aún en la memoria histórica  de nuestros paisanajes  persisten la incertidumbre y la amnesia, siguen los nostálgicos del tío José Stalin y sus hegemonías internacionalistas dando la tabarra,  y persisten los patrioteros en sellar nuestras cunetas tristes y olvidarlas.

¿Se espantarán los elefantes moscovitas por las tracas falleras? El ayuntamiento de Moscú ha regalado dos elefantes al zoo valenciano ¡qué gesto!

La hazaña de Gagarin se va a conmemorar en todo el Mundo, nosotros nos sumamos desde nuestro observatorio de Tenerife. Perspectiva y nueva realidad geopolítica descontaminarán de los tics de la época la verdadera dimensión del logro, aunque será un inevitable el museo del vodka en el futuro rascacielos Gagarin Square  de Londres, y algunas memadas de esa especie para  destacar, que somos capaces de saltarnos el listón guinness de la estupidez.

Gagarin como El Principito, huyó de las raíces de su pasado campesino, como éste de las raíces de los baobabs que le destrozaban su asteroide. Los dos eligieron volar para no perderse entre China y Arizona; fueron los preferidos entre los pájaros que emigraban, conocieron la azul Tierra. El cosmonauta vio la Tierra, tan hermosa, que nos encomendó guardarla y en ciento ocho minutos hizo realidad el sueño de viajar en el día y la noche por todos nuestros destinos.

Curro Flores es asesor cultural