Si hay un recuerdo que compartimos las niñas y niños de varias generaciones, es la del rey Baltasar pintado de negro. Cogían a cualquier persona de piel blanca, le untaban la cara con betún, y ya teníamos rey mago negro. Negro, nunca marrón, ni chocolate, ni café con leche. Negro como la pez.

La verdad es que ni de niña, ni cuando crecí y supe la verdad sobre los magos de Oriente, me planteé que aquello tuviera algo de raro. Era lo normal. Lo que siempre se había hecho. Y ni se me pasaba por la cabeza que una práctica así pudiera resultar ofensiva o molesta para las personas cuya piel era negra -o marrón, o chocolate, o café con leche- sin necesidad de pintarla. Ahora me llevo las manos a la cabeza al pensarlo, sobre todo al imaginar cómo se sentirían esas personas.

Mientras yo crecía sin plantearme nada al respecto, el mundo entero veía como un chico negro lleno de talento se empeñaba en disimular su color y borrar sus rasgos hasta convertirse en una caricatura de sí mismo que acababa en una muerte prematura. No sé si tendrá algo que ver, pero si ese muchacho no hubiera vivido en un mundo donde se pintaba a los blancos de negro, tal vez no hubiera convertido su vida en una contradicción enorme.

Vivimos un mundo plagado de estereotipos. Un mundo que discrimina a quienes se salen del molde. Hubo un tiempo en que las mujeres no podían actuar en el teatro, y eran hombres quienes interpretaban los papeles femeninos. Algo que ahora vemos como absurdo y discriminatorio para el sexo femenino. Y ahora pienso que lo de representar a las personas de piel oscura pintando a alguien de piel blanca era algo parecido. Discriminamos a las personas de piel negra para hacer de negros como discriminaban a las mujeres para hacer de mujeres.

Por supuesto, lo de nuestro rey mago no era algo exclusivo de nuestro país ni de nuestra mentalidad. Ya la primera película sonora, El cantor de jazz, era protagonizada por Al Jolson, un blanco pintado de negro. Si hubiera sido negro de verdad, ni siquiera le hubieran dejado recoger el Oscar, como le ocurrió a Hattie Mc Daniel, la inolvidable Mamita de Lo que el viento se llevó, y la primera afroamericana en obtener la estatuilla.

Esta semana lloramos la muerte del gran Sidney Poitier, el primer actor negro considerado una estrella, y con todo merecimiento. Sirva su ejemplo para continuar el camino hacia la igualdad que él comenzó.