Nunca como lentejas. Las odiaba en el comedor escolar, y, obligándome a comerlas, las odié aún más. Las monjas me decían que dejarlas en el plato era un pecado porque los negritos de África se morían de hambre. Nunca entendí en qué podría ayudarles que yo me las comiera, pero, cuando le ofrecí a la monja mis lentejas para que se las mandaran y no pasaran hambre, se enfadó mucho. No lo entendí.

Esta historia me ha venido a la cabeza cuando he visto un titular chiquitito, de esos que corren como subtítulos por debajo de las noticias importantes en la tele. Hablaba, nada menos, que de la peor hambruna en Yemen. Hoy. En pleno 2021.

En aquellos tiempos de lentejas a la fuerza, la única televisión sacaba de vez en cuando imágenes del hambre en el mundo. Veíamos con el alma encogida niños de ojos desorbitados y vientres hinchados. Las emitían, sobre todo, cuando se acercaba la fecha en que había que salir a la calle “a postular”, acto que consistía en llevar una hucha con la cabeza de un niño -nunca una niña- de diversas etnias -negro, indio, esquimal, chino- con la que pedíamos la voluntad a cambio de una pegatina en la solapa. Tener una hucha de aquellas por un día era una responsabilidad enorme, aunque no fuéramos conscientes de nada.

Aquella caridad, trasnochada y políticamente incorrecta a nuestros ojos de hoy, trataba de solucionar un problema que parece de otro tiempo, el hambre. Sin embargo, por increíble que parezca, ahí está. Las letras que corrían por debajo de las noticias de fútbol componían el mensaje más terrible. Mientras nos quejamos porque no podemos ir a bares o visitar nuestras segundas residencias más de la mitad de un país se muere de hambre. Literalmente.

 No se trata de que dejemos de quejarnos para que esto no pase, como habría sugerido mi yo del pasado, sino de prioridades. A nadie parece importarle que cada día mueran personas por el simple hecho de no tener nada que llevarse a la boca. Resulta lejano y ajeno. Mejor hacer como si no existiera y, en todo caso, dejar correr unas letras chiquititas para cubrir el expediente.

Ya no hay huchas del Domund. La caridad de entonces ha sido sustituida por las ONG, únicas que alertan sobre semejante barbaridad, pero los informativos no sacan ya aquellas imágenes que nos impresionaban.

Pero están ahí. Hay que decirlo, y sonrojarse por nuestra indiferencia. Mientras la hambruna crece, la ayuda humanitaria se ha reducido a la mitad. Debería darnos vergüenza. Eso era lo que quería transmitirme a su modo la monja de las lentejas.

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)