Si algo distingue a la derechona es su defensa a ultranza al sector de la iglesia más fundamentalista y casposo. Aquel en que prevalece la sumisión de la mujer; el que incluso considera inadmisible el uso de anticonceptivos o el que, en el negocio de la enseñanza que tanto beneficio le proporciona, preconiza la separación de sexos como algo natural y bueno. En esa defensa de los valores del sector más cerril de la curia, la derecha y sus voceros informativos, se empeñan con entusiasmo en criticar las directrices del Vaticano y su pontífice, y hacen valer la postura de una serie de obispos españoles, todos estos enclaustrados en posturas de otros siglos. Vean el ejemplo de Luis María Ansón, prócer de la profesión, preguntándose escandalizado “¿Qué se ha creído el Papa?”, cuando Francisco dijo que esperaría a visitar España cuando hubiera paz.

Por tal situación está pasando el arzobispo de Tarragona, monseñor Joan Planellas Barnosell, que además de un buen currículo, en el que destaca su doctorado en Teología dogmática, cumple con la exigencia del Papa Francisco de una cumplida trayectoria como párroco rural. Ese cometido lo lleva ejerciendo desde 1999 en la Girona rural e independentista, y de ahí le vienen las críticas, por permitir la instalación de una estelada en el campanario de la iglesia en cada Diada (“el pueblo lo pidió y yo no puedo ir contra el pueblo”, dijo), o por manifestar su postura contraria a la prisión provisional de los políticos del procés. (“Si me preguntan si se deberían indultar a estos políticos, yo voy más allá: tendríamos que sabernos perdonar, todos, los unos y los otros”.) Como ven, los pecados de Planellas, están claros.

Los leales siervos mediáticos del PP no han ahorrado calificativos, en la línea de que el papa Francisco “nombra arzobispo a uno de los curas separatistas más sectarios y xenófobos de Cataluña”, y cunden las comparaciones con monseñor Setien, “el amigo de los etarras”, desde el punto de vista de periodistas como Alfonso Ussía, que tampoco se queda corto sobre Planellas. 

La animadversión contra este arzobispo, que desde luego ha pisado más barro que otros príncipes de la iglesia, es general entre las huestes de la derecha. Probablemente sea fuego amigo, no hay que olvidar lo que tuvo que aguantar monseñor Enrique y Tarancón, sobre quien siempre quedará para la historia la pintada de “Tarancón al paredón”. ¿Y no será más necesario, como lo fue Tarancón en aquel momento difícil de la transición, un prelado que  conozca la realidad social de su diócesis y trabaje por conciliarla?

Parece que no. A los que niegan la posibilidad de negociar y restaurar la convivencia en Cataluña les gustaría, probablemente, aplicarle la sanción que sufrió el obispo de Vitoria, Mateo Múgica, quien acabó en el exilio acusado por los militares franquistas de ser condescendiente con el PNV y permitir la conversión del Seminario de Vitoria en un “semillero separatista”. Misma pena que intentó imponerse al obispo vasco Antonio Añoveros, aunque este lograra torcer el brazo de un franquismo ya agonizante.

No entienden otra cosa.

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com