En la reciente cumbre europea de París, varios países han expresado su disposición a enviar tropas de pacificación a Ucrania como parte de una posible misión de la OTAN. Sin embargo, no hubo unanimidad. Francia, Reino Unido, Polonia y los Países Bajos se mostraron favorables a esta opción, mientras que Alemania, España e Italia han expresado ciertas reservas o prefieren esperar a ver cómo evoluciona la situación.

Es importante tener en cuenta que cualquier despliegue de tropas de pacificación en Ucrania requeriría un acuerdo unánime de todos los miembros de la OTAN, así como una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. La gran partida mundial de ajedrez está en juego y no ha hecho más que empezar. La prudencia dice que hay que ir con pies de plomo.

Mientras tanto, el líder del Partido Popular se jacta de decir que “España no es fiable para la OTAN y la UE, de ahí nuestra debilidad extrema con EEUU” y uno siente vergüenza ajena de un hombre de Estado que aspira a gobernar mi país, dando pábulo a los postulados de una extrema derecha que se siente fuerte tras los últimos acontecimientos. Nadie como él debería entender que lo suyo es que pida información al Gobierno y procure mantener la fortaleza de España dentro de la Europa en la que hemos elegido estar. 

La lógica dice que urge un pacto de Estado entre los dos grandes partidos para decidir con calidad el aumento del PIB en armamento que se nos demanda, porque ese dinero que pasará a invertirse en armas dejará de llegar a otros conceptos, igualmente importantes. Esa decisión se tendrá que tomar tarde o temprano, gobierne quien gobierne. Ojalá que el PP se dé cuenta. Nos jugamos mucho. 

Además, la cuestión tiene su truco, porque cuando el presidente Trump dice que los países de la OTAN deben doblar su gasto en Defensa, lo que realmente está queriendo decir es que les compremos a ellos sus armas y a nadie más. Ese dinero debe servir para aumentar la inversión en investigación militar (con aplicaciones civiles a posteriori) y crear una verdadera industria europea de Defensa, donde todos salgamos beneficiados. Eso seguramente no le gustará a Trump, que nos dedicará esa mirada de perdonavidas en cualquier momento. Habrá que acostumbrarse.

Ojalá el PP sea capaz de romper su nuevo reino de Taifas, con una presidenta madrileña empeñada en defender a su pareja de lo indefendible; un presidente valenciano muerto políticamente y un presidente andaluz lavando su cara con la presidencia de un comité europeo de segunda fila, mientras dedica grandes recursos a fortalecer la sanidad privada andaluza, debilitando gravemente la pública. Necesitamos un partido de centro capaz de ofrecer alternativas a los ciudadanos, por encima de los intereses cortoplacistas, sin buscar el daño al contrario apoyándose en estrategias propias de países de escasa calidad democrática.

No hay que olvidar que los expertos en geopolítica manifiestan que vivimos tiempos cercanos a la década de los años 30 del siglo pasado, con la llegada al poder de nuevos líderes cuyos intereses no miran especialmente hacia el bienestar democrático de sus ciudadanos. El presidente de los EEUU bravuconea a diario para que los norteamericanos se hagan la ilusión de que viven en el Salvaje Oeste, donde la fuerza lo puede todo. El presidente ruso sueña con repetir el imperio de Catalina la Grande y todo el potencial económico del país mira hacia la industria militar. Cerca, China combate a los dos con tecnología y precios a la baja, preparando el terreno militar en el Mar que lleva su nombre, con Taiwán como principal objetivo.

En este cuadro, Europa se mira al espejo y descubre que ninguno de los anteriores quiere que pinte nada, a pesar de que la guerra de Ucrania se libre precisamente en sus fronteras. No hay unidad ni capacidad de responder juntos, al menos por ahora, de tal suerte que para gran parte del mundo las ciudades europeas son como parques temáticos en los que ir a divertirse y gastar las ganancias obtenidas en negocios muchas veces poco claros. Es urgente la unidad y el cambio. Y el PP a lo suyo, cueste lo que cueste, aunque sea a costa del prestigio y la calidad democrática de nuestro país.

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