Un año más, Navidad. Un año más, los escaparates se llenan de espullimón y brilli brilli, las pantallas de anuncios de cava y turrón y todo se impregna de cursilerías que identificamos con este tiempo. Palabras tan manidas como huecas, como la “magia de la Navidad”, el “espíritu navideño” o los buenos deseos de paz y prosperidad que olvidamos el resto del año nos llenan la boca en todo momento y se apropian de todo.

Es Navidad, desde luego. El calendario es implacable y eso no hay quien lo cambie. Ni pandemia, ni ciclón, ni volcán, que ya lo han intentado sin resultado. La Navidad está aquí un año más.

La verdad es que habíamos depositado muchas esperanzas en estas fiestas. Pensábamos que por fin las cosas volverían a su lugar, y podríamos quejarnos de los cuñados que inexorablemente se sientan en nuestras mesas, en lugar de librarnos de ellos por las restricciones. Y es que nunca nos contentamos, y hasta acabamos echando de menos el famoso cuñadismo. Pero hete aquí que el maldito coronavirus, como en un bucle sin fin, vuelve a recordarnos que no se ha ido, y que está dispuesto a estropear todo lo que se le ponga a tiro.

Pero eso no es todo. Nos empeñamos más que nunca, en celebrar una Navidad como si nada hubiera pasado cuando hay tanta gente para la que la vida pende de un hilo. Las ciudades se llenan de luces de colores mientras hay quien no puede pagar la electricidad, y quienes ni siquiera tienen acceso a ella. Las mesas se llenan de manjares, mientras hay quienes no tienen un mendrugo que llevarse a la boca. Las casas se llenan de adornos, mientras hay quienes no tienen un techo donde guarecerse. El mundo canta “noche de paz” mientras en muchos lugares se vive el infierno de la guerra.

Hablaremos de solidaridad, mientras miramos hacia otro lado al pasar por una rotonda donde mujeres explotadas y aterradas se ven obligadas a cambiar sexo por dinero. Hablaremos de amor y paz mientras cambiamos de canal al ver las imágenes de refugiados, no vayan a amargarnos la cena. Y lo que es peor, lloraremos a quienes nos faltan, pero no nos preocuparemos de quienes tenemos a nuestro lado.

Yo también desearé lo mejor para Navidad. También me sentaré a una mesa con más comida de la que podamos engullir y hasta cantaré villancicos, si se tercia.

Y lo que más desearé es que por fin hayamos aprendido algo. Y que esta vez, sí que sí, arrimemos el hombro para construir un mundo mejor. Pero de verdad.