El hechicero suele distinguirse por haber cambiado su tribu de origen -de la que en muchos casos aún conserva el carné- comúnmente por no haber sido retribuido con todos los honores de los que se creía merecedor. Ni que decir tiene que para él la causa de todos los males no es otra que la existencia misma de la tribu a la que ya no pertenece y de cuyas esencias, dicho sea de paso, se siente único depositario. Sus opiniones suelen ir precedidas de una referencia a su antigua adscripción tribal de manera que todos percibamos el doble valor de las mismas: “si un masai habla así de los masai… ¡cómo serán los muy cabrones!”. Al no tratarse estrictamente de periodistas, desde el punto de vista de la profesión –con la que me siento vinculado únicamente como consumidor de noticias- suponen un mal menor; allá cada cual con la gestión de sus rencores.

Más dañino para los intereses del oficio de informar es el inventor de la Power Balance; éste sí, periodista sin matices. Sabedor de que el suyo no es un ejercicio empírico cuyos postulados en forma de noticias puedan ser examinados de manera científica, disfraza de periodismo cualquier aportación noticiosa y la correspondiente teoría dimanada maquiavélicamente de ella. Jamás a un químico –ni siquiera al perverso Rubalcaba- se le ocurriría decir que el Nitrato de Amonio es Acido Clorhídrico. Si lo hiciera, bastaría con un examen de laboratorio para dejar su afirmación en evidencia. Pero para desgracia de la audiencia el periodista inventor no trabaja con sustancias tan bien clasificadas como cloro o hidrógeno sino con algo mucho más volátil: información y lenguaje.

Así, puede muy bien afirmar que el Gobierno negocia con ETA porque en el análisis posterior del titular caben tantas interpretaciones como palabras incluya el mismo: qué es “Gobierno”, qué es “ETA”, qué es “negociar”. De manera que basta con que en Llodio un concejal del mismo partido del gobierno y un edil independentista asistan a la misma reunión de su comunidad de vecinos para que, a ojos de quien lo enuncia, la afirmación cobre visos de verdad incontestable. Por más que el concejal de Llodio no sea gobierno, ser independentista no sea pertenecer a ETA y en la reunión lo único negociado fuera la derrama del ascensor.

No dudo de la capacidad del público para distinguir de un simple vistazo las distintas categorías de tertulianos pero, por si acaso, tal vez no fuera mala idea que, tal como se ha hecho con el reino animal, se procediera a una catalogación exhaustiva del periodismo. No puede ser que Iñaki Gabilondo y Jiménez Losantos pertenezcan a la misma especie profesional. Es verdad que los dos se dedican a lo mismo, pero los resultados de su labor son tan distintos que ambos no pueden ser tenidos profesionalmente por iguales.

Es como si el ornitorrinco amparado en que, al igual que el hombre, es mamífero, pretendiera por esa lejana similitud arrogarse calidad de humano. Se ponga como se ponga, el ornitorrinco no es humano y lo que hacen algunos periodistas tampoco es periodismo. Es, como el ornitorrinco, una cosa rara, una extravagancia profesional. Con el agravante de que su profesión es fundamental para el conocimiento y explicación de lo que sucede y por qué sucede. Y ocurre que para gran número de espectadores son el único vínculo entre los hechos y la percepción que de ellos tienen a través de su relato.

Desgraciadamente, la vinculación de algunos periodistas con el periodismo es la misma que la del ornitorrinco con el ser humano, semejante a la que con la medicina tiene el cirujano cuyo concurso es necesario para el tráfico de órganos.

Miguel Sánchez-Romero es director de El Intermedio