Por desgracia, todo el mundo ha oído estos días hablar del terrible asesinato de Samuel Luiz. Un hecho que nunca debería haber ocurrido, sea cual sea el resultado final de la investigación. Un hecho tan horrible que ha sacudido nuestra cada vez más anestesiada conciencia.

No voy a entrar en consideraciones jurídicas sobre si debe ser conceptuado como delito de odio. No es el momento de adelantar algo que corresponde a un momento posterior del proceso judicial, cuando el Ministerio Fiscal califica jurídicamente los hechos y cuando recae sentencia.

Pero eso no puede impedir la necesaria reflexión que, como sociedad, nos corresponde tras un hecho como este. Porque Samuel era homosexual y el grito de “maricón” es algo que han resaltado quienes allí estaban. Y, con independencia de que fuera la causa determinante, o al menos uno de los motivos, lo que podría implicar que cuanto menos se aplicara la agravante de odio, es algo que no se puede soslayar.

Lo peor del crimen de Samuel, aparte de su espantoso desenlace, es que no es un hecho aislado. Las agresiones homófobas ocurren con tal frecuencia que da escalofríos. Y todavía lo dan más si pensamos que las que se denuncian son solo la punta del iceberg porque en delitos de odio la infradenuncia está a la orden del día. Según las estadísticas, son entre el 3 y el 10 por ciento las que se denuncian

En nuestra sociedad tenemos una preocupante tendencia a cerrar los ojos. Por eso, llegamos a creernos que todo está ya hecho, con una Constitución que proclama la igualdad, leyes que permiten los matrimonios entre personas del mismo sexo y libertad absoluta para celebrar el orgullo LGTBI. Pero la realidad es tozuda y se empeña en demostrarnos que Los Mundos de Yupi solo eran un programa infantil. Y el brutal asesinato de Samuel es la más bestial manifestación de esa realidad.

Por descontado, nos espantamos ante un hecho como este. Y salimos a la calle a gritar nuestra indignación. Y todo eso, aun estando bien, ni devolverá la vida a Samuel, ni evitará que sigan ocurriendo hechos similares. Porque en las agresiones homófobas hay muchos más responsables que quienes propinan palizas.

Hagamos examen de conciencia. ¿Cuántas veces habremos reído ante un chiste homófobo? ¿Cuántas miramos hacia otro lado cuando a un niño se le discriminaba por jugar a muñecas en vez de al fútbol? ¿Cuántas veces callamos ante las burlas a alguien por ser “de la otra acera”? ¿Y cuántas no hemos suspirado de alivio porque nuestros hijos sean heterosexuales? Quizás si alguien hubiera reaccionado antes, ahora no lloraríamos a Samuel.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora
​(twitter @gisb_sus)