"El impuesto a las grandes fortunas es un ataque directo del Gobierno de Pedro Sánchez a la autonomía financiera de las comunidades autónomas, especialmente de las del PP, que hemos optado por una política de bajada de impuestos. Es un impuesto que atenta contra el ahorro y la inversión". Son palabras de la consejera andaluza de Economía, Hacienda y Fondos Europeos, Carolina España.

La divisa del Partido Popular sobre el impuesto a las grandes fortunas viene a ser la misma que sobre el gravamen fiscal a las poderosas compañías energéticas: 'No pongas tus sucias manos sobre los ricos'. Con respecto al primero, el Gobierno andaluz de Juan Manuel Moreno ya tiene preparado el recurso, que activará en el momento en que el Ejecutivo de Pedro Sánchez apruebe el gravamen.

El hecho mismo de que en España empiece a producirse, por fin, un debate público de envergadura sobre fiscalidad es un avance que no se debe despreciar. Hasta ahora, tal debate no existía realmente. Y no existía por una razón de peso: la incomparecencia de uno de los contendientes.

La derecha bajaba impuestos y la izquierda o bien callaba o bien la imitaba, erosionando así la más importante pared maestra de su arquitectura ideológica, la progresividad fiscal, principio fundacional de las izquierdas que ha ido perdiendo apoyos populares desde la irrupción de los Reagan y las Thatcher en la escena pública.

Obligado por sus socios y por las circunstancias y haciendo gala de su portentosa habilidad para hacer de la necesidad virtud, el giro del presidente Pedro Sánchez hacia posiciones fiscales nítidamente socialdemócratas, abandonadas incluso por el mismísimo Zapatero, ha reabierto el combate ideológico sobre los impuestos porque la derecha se ha visto obligada a defenderse de los golpes que, ¡ya era hora!, le llegaban por su izquierda.

Desde finales de los setenta y primeros ochenta, todas las derechas, ya sean templadas, normales o ultras, vienen defendiendo que bajar impuestos permite recaudar más y, por tanto, disponer de más dinero para sostener el Estado del bienestar, cuyos principales beneficiarios son los pobres. También añaden el mantra de que "donde mejor está el dinero es en el bolsillo de los ciudadanos"; en realidad, lo que quieren decir es que está mejor en el bolsillo de 'algunos' ciudadanos, en concreto de los más acomodados.

De hecho, las rebajas fiscales a las rentas medias y bajas acaban siendo insignificantes, y es lógico que así sea: de esas rentas proviene, por su volumen, el grueso de los ingresos fiscales del Estado, de forma que si las reducciones beneficiaran a esos contribuyentes en la misma medida que a los perceptores de las rentas altas y muy altas, la mengua en la recaudación sería insoportable para el Estado.

Entonces, ¿por qué los pobres, maldita sea, votan a políticos que prometen rebajas de impuestos que para su bolsillo son irrelevantes? Es la pregunta del millón de toda democracia: por qué tantas veces la gente vota en contra de sus propios intereses. Tal vez porque, como sugería Lakoff, muchas personas suelen votar por cosas como la identidad, los valores, la identificación simbólica con los valores que representa el candidato... quién sabe. De lo que hay pocas dudas es de que, del mismo modo que el mejor truco de diablo fue convencer al mundo de que no existía, el mejor truco de la derecha ha sido convencer a los pobres de que bajar los impuestos a los ricos es bueno... para los pobres.