Me considero una persona con sentido del humor. Es más, con bastante sentido del humor. Pero hay cosas que no me hacen ni pizca de gracia y, aunque me arriesgue a parecer una siesa o una amargada, lo digo. Y que Dios me pille confesada.

No es la primera vez que nos cuestionamos el límite entre el humor y los derechos de los demás, que nos debatimos entre lo políticamente correcto y la libertad de expresión. Ya se planteó en su día, cuando los chistes sobre homosexuales, gangosos, ciegos o tontos eran el pan nuestro de cada día, cuando los chistes machistas o racistas eran constantes y nadie se escandalizaba por ello. Ahora no se aceptan ese tipo de chascarrillos. Por fortuna.

En estos días hemos vivido dos episodios de esos que a mí no me hacen ninguna gracia. Y aun colean los debates al respecto. El primero de ellos era lo sucedido en los Oscars donde, como sabe todo el mundo, un Will Smith fuera de sí abofeteaba y gritaba al presentador que había hecho un chiste de pésimo gusto acerca de su esposa. Aun alucino cada vez que veo la escena. Es absolutamente reprochable el chiste sobre Jada, pero la reacción desmedida del actor cambió el foco del reproche. Del chiste rancio y machista –“usaba” a la esposa para reírse del marido- pasó a la reacción desmedida y violenta de macho ofendido, tan inaceptable que hizo olvidar que el chiste era también inaceptable.

Otro episodio que llenó nuestros días de un humor, cuanto menos, cuestionable, fue el cartel que se expuso en una muestra de viñetas de una humorista patrocinada por un gobierno autonómico. En la imagen se veía a un juez cuestionando a una víctima de violencia de género. Y yo, la verdad, tampoco le veo ni pizca de gracia. Tal vez el hecho de batallar cada día contra este horror en mi trabajo vuelva mi piel muy fina, pero no solo me ofende personalmente, por lo que de generalización supone, sino que creo que entraña un peligro evidente, y eso es lo que me asusta. Si una víctima ve ese cartel, con logo institucional, puede desistir de denunciar. Y ante ese peligro no hay humor ni libertad de expresión que valga para mí.

Por suerte, no necesito dar una bofetada a nadie para manifestar mi indignación. Para eso están las palabras y para eso me valgo de ellas. Como debería ser siempre ¿O no?