Primero, porque ha sido el cónclave más abierto del socialismo catalán. El que tenía más incertidumbres y al que se llegaba en un letárgico estado de frustración propiciado por la sonora derrota en las tres últimas citas electorales. Una frustración que se reflejó en un voto de castigo a la gestión de José Montilla que asumió en primera persona la culpabilidad de la estrategia que llevó al PSC a la inanición.

Segundo, porque ha sido un congreso que ha roto todos los esquemas organizativos anteriores. Las sesiones han sido abiertas, las votaciones secretas y se han presentado tres candidatos. La primera vez que ocurría este fenómeno. Nunca hasta hoy, el PSC tenía más de un candidato. Siempre el consenso se cerraba entre bambalinas. En este congreso, no. Todo se ha hecho con luz y taquígrafos. Los delegados han podido elegir primero a su máximo responsable y, después votarán la ejecutiva.

Tercero, porque ha caído uno de los emblemas mediáticos más preciados por los medios de comunicación que se empecinan cada día por hundir un poco más a los socialistas catalanes. Un candidato que se dejaba llevar por unos cantos de sirena que no han sido escuchados por una mayoría del congreso socialista.

Ángel Ros, el alcalde de Lleida, el hombre que se autoproclamaba el adalid de la participación, el líder de la renovación y el defensor de un nuevo PSC, ponía en silencio la opinión de los delegados. Filtraba a los medios de comunicación su retirada de la carrera a dirigir el PSC. Lo hacía para no tener una derrota más que anunciada. Por los pasillos del Palacio de Congresos, más de un delegado decía con amargura ¿quién quiere liderar Cataluña renuncia a liderar el PSC? Para más de uno, eso sólo tiene un nombre: cobardía.

El resultado de la votación ha sido más que claro. Más del 70% de los votos han dado el respaldo a Pere Navarro. Un 25% a Joan Ignasi Elena, el candidato que supo aguantar la presión de Ros para que se integrara en su candidatura. Su tesón le ha dado una representación más que notable, lejos de la que se auguraba podía tener cuando fue el primero en saltar a la arena de presentar su candidatura.

Ahora Navarro debe lidiar con el peor toro de la feria. Tiene un líder con recorrido que tiene una personalidad afable, que afronta los problemas con sosiego, enemigo de estridencias y algaradas, y amante del consenso. El nuevo líder tiene la tarea de superar el estado de inanición en el que se encuentra el PSC. Debe hacer una ejecutiva sólida y solvente, integradora, renovadora pero que no rompa su cordón umbilical con el pasado. De momento, el Navarro recién elegido priorizó su encuentro con Miquel Iceta, tuvo cariños con su contrincante Joan Ignasi Elena, se fundió en un abrazo con Antonio Balmón y Carles Martí, los líderes de las todopoderosas federaciones del Baix Llobregat y Barcelona. Con Ángel Ros, apenas le dio la mano. Todo era frialdad. Navarro tiene algo menos de 24 horas para conseguir cerrar la cuadratura del círculo. En estas horas, el PSC se juega lo que el presidente del cónclave, el alcalde de Tarragona, Josep Felix Ballesteros, calificó como la “remuntada” en clara referencia a las elecciones autonómicas.

Toni Bolaño es periodista y analista político