Petra Kelly, la activista alemana fundadora, en 1979, del Partido Verde, es una mujer referente para mí; por su compromiso profundo con un mundo justo, verde y limpio. Fue un paradigma en las luchas ecologistas que se iniciaron en los 70. Pacifista y feminista, luchó con fuerza y mucha valentía contra la energía nuclear y contra las instalaciones de la OTAN en su país. Adelantada a su tiempo, fue la primera persona en el mundo que llevó la lucha por el medioambiente y el feminismo de la calle a la política y a las instituciones, haciendo buena la reivindicación de que la ecología y los derechos de las mujeres (como los derechos humanos en general) dependen, sin duda alguna, de las ideologías y de la gestión política. Y Petra Kelly decía, a modo de lema: “El futuro será verde o no será”.

Habrá futuro si se cuida el planeta y la vida natural, si no, no habrá futuro, proclamaba en la convicción de que no se tiene la suficiente conciencia de la importancia de cuidar eso que somos, porque los seres humanos también somos una parte más de la naturaleza, aunque se nos eduque en ese antropocentrismo narcisista del judeo cristianismo que nos impide ser conscientes de ello. Algunas décadas después de su muerte prematura, en 1992, estamos viviendo una situación de emergencia climática de consecuencias desastrosas, y enormemente dañinas para todos y para todo (aunque la derecha, en su servilismo a las grandes corporaciones y a las grandes empresas, lo sigue negando a pesar de la evidencia).

Kelly sabía muy bien lo que se nos venía encima, aunque entonces todavía no se estaban derritiendo los cascos polares, todavía no había aumentado la temperatura del planeta hasta cotas significativas, todavía no había grandes fenómenos atmosféricos extremos, como ocurre ahora; todavía no había dejado de llover de manera preocupante, ni se habían contaminado los océanos hasta extremos, ni se había contaminado el planeta con trillones de toneladas de plásticos, ni había grandes cambios bruscos de temperaturas …, aunque, claro, entonces tampoco era biólogo el primo de Rajoy, quien, quizás, le hubiera convencido a la maravillosa alemana de dedicarse a otra cosa.

Dejando de lado sarcasmos, Petra Kelly, junto a muchos otros ecologistas que empezaron en los 70 a dar la voz de alarma respecto de la importancia de la ecología, afortunadamente abrieron, además, el camino a muchos miles de personas, en Europa y en el mundo en general, que han seguido comprometidos con propiciar acuerdos, y protestar contra decisiones políticas que atentan contra la salud del planeta, luego atentan contra su supervivencia y la de todos. Tarea realmente difícil, porque, como digo, muchos políticos, muy especialmente de la derecha,  trabajan a sueldo de las grandes corporaciones y los grupos de poder, cuyos beneficios económicos son directamente proporcionales al daño que provocan a la vida natural y al deterioro progresivo del medio ambiente y, en general, de la vida. Ése es el gran problema.

Es por ello que las Cumbres Mundiales del Clima, que nacieron de la llamada Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada en Nueva York en 1992, han servido de muy poco. Los objetivos generales de estas Cumbres, frenar el calentamiento global y llegar a acuerdos básicos para evitar el avance del deterioro medioambiental, no se llegan a cumplir, porque los intereses empresariales y económicos, especialmente de algunas de las grandes potencias del mundo (EEUU y China) paralizan el proceso; haciendo cierta la triste evidencia de que los humanos somos incapaces de habitar nuestro precioso planeta sin destruirle. Como si hubiera otro de repuesto.

Afortunadamente, a veces la cordura se impone y se consiguen acuerdos que nos llenan de alegría a los que queremos que se revierta ese proceso de inconsciencia y destrucción, hasta ahora imparable. Hace muy pocos días, el pasado 5 de marzo, en la ONU los gobiernos del mundo por fin han acordado un Tratado Global de los Océanos que va a permitir proteger un  30 por cien de los océanos del mundo para el 2030, lo cual va a permitirles recuperarse, al menos en parte.

Se trata de una victoria histórica, por la que mucha gente, científicos, ecologistas, biólogos, oceanógrafos y organizaciones como Greenpeace, llevan muchos años trabajando. Tras dos décadas de conversaciones y tras nada menos que seis rondas de negociaciones, por fin ha visto la luz una especie de Constitución de los océanos que, al menos, va a garantizar una mínima protección de parte de ellos, evitando el gravísimo deterioro que ahora sufren.

Es una grandísima alegría. Porque queremos no sólo un planeta verde lleno de bosques, sino también un planeta azul de océanos sanos y limpios. El 50% del oxígeno que respiramos proviene del mar; y los océanos son los que proveen de un porcentaje importante de la alimentación de toda la humanidad. Se trata de un asunto absolutamente vital, por más que algunos lo nieguen. Por eso Kelly insistía una y otra vez en una idea que me parece un lema a seguir, tanto en el ecologismo como en la vida: “Ser tierno y, a la vez, subversivo”. Porque la ternura, tanto como la rebeldía, son necesarias en estos tiempos de lechuzas negras, que diría Cortázar.