No temo a la muerte; es sólo que no quiero estar allí cuando suceda”, decía Woody Allen, nadie queremos estar allí cuando suceda, por otro lado, es inevitable el hecho del fallecimiento. Pero al menos ya que es inevitable, que sea de forma digna y en igualdad de condiciones, es decir que cuando me encuentre en el trance, no se mire si soy una mujer o un hombre, que color tengo de piel, cual es mi religión, mi ideología, si tengo patrimonio o pertenezco al lumpen y hoy en día muy importante cual es mi edad.

Si la edad, esa etiqueta que ahora más que nunca puede marcar nuestra caducidad, hoy, se ha convertido en salvoconducto ante el coronavirus, la edad como frontera entre la vida y la muerte, los políticos y quienes deciden los protocolos sanitarios de actuación frente a la pandemia como guarda fronteras. Ya no vale simplemente con poner nuestra vida en manos de la providencia.

Criticábamos hace días a ciertos políticos holandeses, ingleses y norteamericanos su escasa sensibilidad hacia las personas mayores, de la utilización que de ellos se hacia, llamándoles al sacrificio, una vez más, para salvar la economía y el futuro de sus nuevas generaciones y por el contrario, defendíamos los criterios de los países del sur de Europa que les hacían ser los garantes de la experiencia y el conocimiento que aportaban esas viejas generaciones.

Hoy llegan a nuestras manos algunos manuales realizados para los servicios de urgencia y triaje y todos ellos han sido modificados pasando de utilizarse el método SET o el modelo Manchester, basados exclusivamente en medidas sanitarias de prevención y priorización de la relación riesgo/eficiencia y medidores de la calidad del servicio sanitario. Estos modelos han sido sustituidos por otros, nacidos por la masificación que la pandemia ha generado en los servicios de urgencia y las UCIs de nuestro sistema nacional de salud, generados en gran medida por las nefastas políticas de prevención y previsión realizadas por el gobierno central y los diferentes gobiernos autonómicos. La sensibilidad sanitaria de muchos políticos al frente de las decisiones a tomar en la lucha contra el virus, ha sido sustituida por la sensibilidad económica del retorno de la inversión y la relación riesgo/eficiencia se ha transformado en el axioma empresarial de coste/beneficio.

En eso hemos quedado las personas mayores, en ser vistos como una operación financiera, dónde debemos estimar el beneficio económico de la misma. Creo que debemos generar más respeto, no ser convertidos en meros papeles de cambio en el mercado especulativo en que se ha convertido hoy la vida de una persona. No pedimos un trato de favor, exigimos un trato de igualdad, tenemos exactamente los mismos deberes que las personas con edades inferiores y por tanto nos hemos ganado los mismos derechos que ellas.

Decía el escritor australiano M. Zusak: “Tal vez todo el mundo puede vivir más allá, de lo que  otros, creen que son capaces”.