No conozco a Rosalía. Bueno, rectifico, no conocía a Rosalía hasta ahora, porque en la última semana le ha faltado salir en las tapas de los yogures. “Hombre, seguro que has escuchado Malamente”. ¿Dónde? A las horas en que se oirá en los garitos lo más movido que estoy haciendo es cambiar pañales y la radio la tengo predefinida en AM. Que conste que no es postureo despreciativo, no me enorgullezco de mi ignorancia. De hecho, llevo dos días escuchando El Mal Querer en bucle y estoy más preocupado todavía: Rosalía no me gusta. Lejos de sentirme superior, noto como al final se rompe el fino hilo que me unía al Zeitgeist, al espíritu cultural del presente. Vamos, que me hago mayor.

Hace unos días, un periodista recibía las merecidas críticas en redes sociales después de burlarse de “un tío de unos 30 años” al que había visto en el tren jugando “con una consola”. Podría haber sido yo, lo confieso. Pero hasta ahí noto que empieza a haber diferencias. Me siento desfasado para los juegos tipo Fornite en los que hay que zurrarse la badana de centuria en centuria. Prefiero el reposado disfrutar de obras de arte como Red Dead Redemption 2, donde un forajido vive los últimos días del Salvaje Oeste, consciente de que su tiempo y su generación tocan a su fin. La casualidad.

Y, pese a todo, nada me ha hecho sentir más mayor que el tuit de este miércoles en el que María Dolores de Cospedal tira la toalla y suelta el escaño. Su dimisión, tras escuchar toda España como compadreaba con el comisario Villarejo para espiar a sus rivales, internos y externos, era una exigencia democrática. No se puede dejar el Partido Popular para no manchar a su formación, pero seguir cobrando por emporcar la imagen del Congreso de los Diputados, que está por encima de todos los colores.

Porque por muy sano que sea para nuestra democracia, y para Pablo Casado, que Cospedal se quite de en medio, no puedo evitar sentir que se va el último referente de una época. Una década prodigiosa en la que una y otra vez nos hemos dicho “por una cosa así, en cualquier otro país rodarían cabezas…”. Pues ha tardado eso, diez años, pero poco a poco se han ido marchando todos aquellos que tan buenos momentos, pero sobre todo escándalos, nos han brindado.

Lo de Cospedal es llamativo no solo por ser la última. No solo es la del finiquito en diferido. Es la que, desde la playa, denunció que Rubalcaba la espiaba pocas semanas después de contratar a Villarejo para espiar al hermano de Rubalcaba. Y también es la que usó Castilla-La Mancha como banco de pruebas de la austeridad y la desigualdad que luego Mariano Rajoy llevaría a La Moncloa. De aquella época recuerdo con especial cariño cuando su Gobierno prohibió a sus funcionarios leer ElPlural.com. En su tierra, otros recordarán los cierres masivos de escuelas, los hospitales colapsados o los recortes temerarios a las ayudas de la Dependencia.

Pero la marcha de Cospedal es el portazo que pone punto final a una serie de salidas. A la tercera dimisión de Esperanza Aguirre fue la vencida. También se marcharon sus polémicos paladines, Ignacio González y Francisco Granados, aunque lo hicieran esposados. A Cristina Cifuentes no la tumbó el máster, pero la pillaron con las manos en la crema. Mariano Rajoy fue el primer presidente de la democracia al que la Justicia citó a declarar y también fue pionero en ser expulsado por una moción de censura. Y Soraya Sáenz de Santamaría nos dejó la peripatética estampa del abanico antes de que Cospedal le diese el finiquito vía compromisarios.

La manchega cierra ahora este círculo y la sensación es de fin de época. Es el círculo de la vida, que cantaba Elton John. Ya pasó con Ángel Acebes, Eduardo Zaplana y Rodrigo Rato cuando Rajoy se hizo con el control del PP. Ellos están ahora en la etapa del presidio o haciendo oposiciones para entrar. Pero la naturaleza circular nos da esperanza, porque todo en esta vida vuelve. Vuelve José María Aznar, en el cuerpo de Pablo Casado; vuelve ese “chico lleno de cualidades” que es Santiago Abascal, ahora con su propio partido de ultraderecha; y vuelve a estar de moda el chándal, gracias a Rosalía.

Yo esperaré la vuelta de los marianistas jugando a los vaqueros en vaqueros y escuchando rock.