En los últimos años nos hemos acostumbrado a solidarizarnos casi instantáneamente con las víctimas de las catástrofes que más nos impactan. La inmediatez de las redes sociales nos facilita la solidaridad virtual que queda bien de cara a la galería y que no nos compromete a nada en la vida real.

En estos últimos días de agosto dos catástrofes han centrado nuestra atención: la humanitaria de Afganistán y la ecológica del Mar Menor. Sobre ésta última, lo fácil es despacharla como un problema territorial puntual de un enclave de la costa murciana, cuando se trata de la consecuencia común a esa agricultura intensiva, insaciable y depredadora de recursos que se extiende por todo el sur de España y, especialmente, en Andalucía.

Las dos cuencas hidrográficas principales de las que depende Andalucía son las del Guadalquivir y la del Guadiana. La primera es la que menos agua embalsada tiene al día de hoy de toda España: un 29,4% frente a una media en los diez últimos años del 58,1%. La del Guadiana es la segunda en escasez con un 30,6% cuando su medía de la década última era del 60,5%.

La agricultura bajo plástico que ha deforestado ya casi todo el entorno del Parque Natural de Doñana en la provincia de Huelva es una amenaza gravísima que acabará por estallar con el agotamiento y la contaminación de los acuíferos y la salinización de los pozos.

Almería es otro ejemplo de esa práctica agraria que no contempla ningún límite a su crecimiento y que se indigna cuando el trasvase Tajo-Segura no le suministra todo el volumen que exigen, ignorando que la cuenca del Tajo es la tercera por abajo en agua embalsada con un 42,3% frente a un 52,3% de los últimos diez años.

Granada y Málaga con sus cultivos subtropicales que requieren mucha agua también se encaminan a escenarios nada halagüeños. Y las conversiones de olivares de secano a regadíos incrementan nuestro déficit hídrico en provincias del interior como Jaén, Córdoba y Sevilla.

Hace dos veranos, en 2019, la Guardia Civil tuvo que intervenir para empezar a cerrar los 77 pozos ilegales que había en el término onubense de Lucena del Puerto tras una sentencia del TSJA que cerraba un proceso iniciado en 2013. Los empresarios infractores y asociaciones de regantes se quejaron de que se les trataba como “criminales” cuando llevaban décadas delinquiendo.

Pero no hay que quedarse sólo en lo negativo, hay opciones sostenibles para paliar la escasez de agua para usos agrícolas y una de ellas es la reutilización de las aguas residuales depuradas, pero Andalucía sólo reutiliza el 4,8% de su agua residual tratada mientras la media en España es del 11,21% y en autonomías como Murcia llegan al 98%.

En marzo de este año, el Colegio de Biólogos de Andalucía recordaba que ese raquítico 4,8 andaluz de reutilización, 101.541 metros cúbicos reutilizados de los 2.113.908 metros cúbicos tratados, ofrece un enorme potencial en uno de los pilares de la economía circular del agua.

Todos tenemos un Mar Menor cerca, pero miramos para otro lado e ignoramos las alarmas, muchas aún con solución. No sólo es cambio climático, también es degeneración consciente por no poner límites a la mentalidad esquilmadora. Lo ocurrido en Murcia no ha sido un desastre natural, ha sido un asesinato.