El corazón de un estado cuasi federal, el centro neurálgico del tejido empresarial y la tierra prometida para el emigrante que decide desplazarse de su terruño para coleccionar vivencias forjando un rumbo propio. El frenesí de su rutina acongoja al recién llegado y acaba cautivando al que se atreve a quedarse. Mucho y muy bien se ha escrito sobre Madrid, sus gentes, tradiciones, monumentos, calles, vermús de media tarde y acogidas tempranas. Versos dedicados por poetas, cantantes, guionistas, vecinos e incluso políticos.

Porque no hay intervención de Isabel Díaz Ayuso o José Luis Martínez-Almeida en la que las bondades de Madrid y su pueblo resistente no sean rimadas cual soneto romántico a pie de balcón vociferado. La España que reúne en su kilómetro cero a todas las Españas es en boca de su presidenta regional repetida hasta la saciedad.

Extraído todo su jugo electoral con sentir patrio y nacionalista, la autonomía de seis letras y mismo número de millones de habitantes se despierta cada mañana decidiéndose entre el sentimiento de “puerta cerrada y taberna encendida” de Miguel Hernández y la sonrisa “con plomo en las entrañas” de Antonio Machado. Guardando el cielo de “anhíbrido carbónico” de Gloria Fuertes y dependiente del “zodíaco luciente de la beldad” de Luis de Góngora.

Pero el madrileño, y el que se siente tal, es mucho más que esta poetizada tradición. Es el currante que se juega el pellejo cada mañana yendo en un metro atestado a dar el callo, el que pide más fondos y menos palabrería para su atención primaria, el que mira ojiplático como cada viernes quedan confinadas cuatro calles paralelas a su residencia, el acostumbrado a la política del ladrillazo y la especulación, el que quiere cocido y no Telepizza para sus hijos. El crítico, el de la bandera del barrio y la preocupación por el negocio de proximidad. El que además de hijo, padre o abuelo, es vecino.  

Este jueves, Isabel Díaz Ayuso ha firmado en el diario El Español una tribuna titulada “Por Madrid que no quede”. En ella, pide la ayuda del Gobierno, los ayuntamientos, los lectores, las administraciones internacionales y la mismísima divinidad. Ruega a Sánchez, “ensimismado en su afán de poder”, que abandone las “homilías” y la “propaganda”. Por supuesto, lo hace recordando que su tierra es el “hub de las comunicaciones” y la “segunda casa” de todo el que lo desee. ¿En qué quedamos? ¿Dejamos el populismo y el “automatismo que impide cualquier análisis sereno”? ¿O eso solo es para el de enfrente?

Sacando pecho porque sus medidas han sido copiadas por el resto de gestores competentes -incluso aplaudidas, dice-, Ayuso olvida los sobrecostes, las contrataciones ad hoc a los de siempre, los aviones chinos que siempre estaban a punto de llegar, el retraso inicial en la vacunación y su imposibilidad de tomar medidas consensuadas con su propio socio de Gobierno. En este “virus eugenésico”, también olvida los protocolos de derivación que restaban esperanza de vida a los mayores con problemas severos o crónicos. Y olvidadiza de ella, pretendiendo salvar a los negocios del cierre, tampoco recuerda que Madrid es la única comunidad autónoma que no ha destinado ayudas directas a la hostelería.

En contraposición, sí que recuerda el Hospital Enfermera Isabel Zendal. Pero no todo. Ni su coste, ni los pabellones habilitados, ni la falta de camas UCI, ni la amenaza a los sanitarios que no quieran formar parte de esta nave industrial con camas ante la falta de personal. Y tener que recurrir (previo pago, evidentemente) a la sanidad privada por la alta presión asistencial se vende como una victoria, porque claro, la colaboración público-privada es el buque insignia deseado por cualquiera.

Así que sí, presidenta. Habrá que “salvar Madrid y salvar España”, como usted dice. Pero cuando se consiga, porque se conseguirá, será pese a su gestión, no gracias a ella. Por Madrid que no quede. Porque como decía Rafael Alberti:

Madrid sabe defenderse

con uñas, con pies, con codos,

con empujones, con dientes,

panza arriba, arisco, recto,

duro, al pie del agua verde

del Tajo, en Navalperal,

en Sigüenza, en donde suenen

balas y balas que busquen

helar su sangre caliente.