La izquierda continental está pendiente de la nueva Revolución Francesa, que en esta ocasión solo cortaría cabezas políticas.

El triunfo del socialista galo deparará, en mi opinión, fuertes repercusiones al otro lado de los Pirineos, del Rin, del Canal de la Mancha y de los Alpes, por tierra, mar y aire.

Y no solo por el efecto que puede producir sobre la moral de las parroquias progresistas de España, Alemania, Italia o el Reino Unido.
“Me parece lógico – declaró ayer Joaquín Almunia, vicepresidente de la Unión Europea - que, desde una posición socialdemócrata, se haga lo posible para reforzar una estrategia de crecimiento que complemente, sin sustituirlas, las políticas necesarias para recuperar una posición sostenible de las cuentas públicas”.

Francia, como Alemania, ostenta un peso decisivo en la Unión Europea. El triunfo del socialista francés representaría un cambio profundo en los equilibrios europeos y en la orientación de su futuro, que iría más allá de un mero cambio de ciclo político.
No es el programa de Hollande una oferta convencional de un partido de izquierdas acomodado o resignado, a aceptar las reglas de juego marcadas por la derecha, predominante en la Unión, limitada a aliviar en lo posible la situación de los más perjudicados por la crisis.

La bandera levantada por François Hollande representa una decisión más radical y anuncia nuevos paradigmas para la socialdemocracia en los tiempos de hoy al tiempo que recupera principios del pasado que han quedado oxidados.

Significaría además un freno a la tentación xenófoba a la que se ha entregado Nicolás Sarkozy y a la deriva hacia la ultraderecha en países que hasta ahora eran considerados como adalides de la democracia.

De cara al patio hispano, donde el Partido Socialista tiene pendiente su propia revolución que quizás aborde después de las elecciones del próximo domingo, podría representar un fuerte acicate.

La inminencia de los comicios andaluces y asturianos podría explicar en parte que el congreso del PSOE se cerrara en falso, como si aquí no hubiera pasado nada.

A partir de ahora mantenerse en el inmovilismo que suelen imponer los apparatchik en todos los partidos, gente que ve todo cambio como amenaza a su estatus sería suicida.

José García Abad es periodista y analista político