Lo que de antemano pudiera parecer un problema insalvable para ganar unas elecciones, carecer de preparación y de ideología, se ha convertido en el principal haber de Isabel Díaz Ayuso. Isabel es maleable como el cobre, impersonal como un vestido de supermercado e insípida como el agua destilada. Tres cualidades indispensables, en estos tiempos de nadería intelectual, para triunfar en España.

Su ventrílocuo, Miguel Ángel Rodríguez, ha encontrado en ella el barro con el que moldear su venganza contra quienes lo daban por defenestrado. Conseguir que el personaje más oscuro y altivo que ha dado nuestra piel de toro ganara unas elecciones por mayoría absoluta, fue un logro colosal. Pero con IDA se ha superado, está a dos días de convertir en presidenta de la comunidad madrileña a una ausencia.

En realidad, y no es por quitarle mérito a Miguel Ángel, el mensaje que le hace recitar a la actual y futura presidenta madrileña no es novedoso. Es una receta que tiene como base una compacta masa de identitarismo, con una cucharada sopera de sucedáneo liberal y un pellizco generoso de victimismo.

Una fórmula muy parecida lleva triunfando décadas en Cataluña. El gran mérito de MAR es haber adivinado que millones de madrileños, que hasta ahora parecían sentirse orgullosos de ser de todas y de ninguna parte, en realidad eran huérfanos en busca de una familia. Y aún es más meritorio que ese mensaje lo transmita alguien que no entiende lo que dice y a quien apenas conseguimos entender como lo dice.

Cierto es que de momento la identidad que ha diseñado Miguel Ángel, basada en los toros, las misas y las discotecas es pobretona. Pero en la sencillez está su éxito. Y ya saben aquello de que donde haya un buen folclore que se quite la cultura. Lo que falta todavía por crear de identidad diferencial, lo suple con creces la dosis de victimismo.

El lema político más longevo y exitoso de nuestra democracia: "Espanya ens roba", ha sido genialmente superado por MAR con una sola palabra: "Libertad". Madrid, con Isabel Díaz Ayuso, se verá por fin liberado del yugo de España, que no sólo le roba, sino que se ha empeñado en convertir Madrid en un ghetto donde esté prohíbido escuchar misa en una discoteca, mientras uno da unos capotazos a un cura.