Hace una eternidad, cuando la pandemia no había vuelto del revés nuestras vidas, de vez en cuando se hablaba de mobbing, ese horror que convertía el trabajo para algunas personas en un verdadero infierno.

Hoy, cuando el hecho de tener trabajo, y hasta de sobrevivir, se ha convertido en un objetivo, hemos olvidado esta realidad, como muchas otras. Pero sigue existiendo. Y sigue amargando muchas vidas.

Pensé en ello cuando, hace unos días, hablaba con un amigo muy querido, que me contaba que había tenido que dejar un puesto de trabajo que le encantaba y le iba como anillo al dedo porque alguien había convertido el paraíso en un infierno con su toxicidad diaria. Y me di cuenta de que lo que le pasaba a mi amigo no era un caso aislado. Por desgracia.

Las razones que pueden llevar a una persona a amargar la vida a quien comparte trabajo con ella, no acierto a comprenderlas. Supongo que una mezcla de envidia, inseguridad y malos sentimientos que le llevan a actuar como un demonio cuando lo tiene todo a mano para ser razonablemente feliz, y que convierten a su víctima en la diana de sus frustraciones.

El trabajo, para quienes tenemos el privilegio de tenerlo, es uno de los lugares donde se pasan más horas, y se vuelve insoportable si alguien que esparce su toxicidad de manera constante. Humillaciones, menosprecios, manipulaciones y cualquier otra práctica similar hunden más y más hondo a quien tiene la desgracia de toparse con estos seres que. además, suelen salirse de rositas, mostrando una imagen de su víctima como una persona débil que exagera la nota.

Es posible que, en estos tiempos, con la precariedad laboral que nos inunda y lo resbaladizas que son las oportunidades, alguien diga que no tiene importancia. Que bastante hay con un puesto que nos proporcione un salario digno.

Pero no todo es tan sencillo. No olvidemos que las enfermedades mentales y el consumo de fármacos se ha multiplicado, y tal vez en más de un caso esa afectación tenga que ver con estas situaciones ocultas y calladas que torturan a quien las padece.

En el caso de mi amigo, tenía la suerte de poder regresar a su anterior puesto, adonde se llevó su frustración y trató de restaurarse a sí mismo. Pero en muchos otros no es así y la víctima se ve en la difícil disyuntiva de tener que elegir entre continuar padeciendo esta tortura o salir por la puerta con una mano delante y otra detrás. Y no están los tiempos para renuncias.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (twitter @gisb_sus)