Un día como hoy se llena de consignas, actos y frases de apoyo a las mujeres. Es 8 de marzo y yo también me sumo a ellas. Lo he hecho sin reservas siempre, apoyando una causa que también es la mía, cuando me enfrenté a mi padre, siendo un niño, por el trato, el mal-trato que le dio a mi madre, hasta que se divorció, y a todos nosotros. Fueron tiempos muy duros, no sólo en lo personal, sino en vivir, en carne propia, como las leyes y la judicatura no eran precisamente sensibles ni justas con esos temas, y el argumento de la “alienación monoparental” -afortunadamente desterrado- se usaba contra las mujeres que querían poner a salvo no sólo sus vidas sino la de sus hijos. Uno de mis primeros libros, “Mujeres de Carne y Verso”, fue una antología de la poesía escrita por mujeres desde el siglo XIX a nuestros días, en España e Hispanoamérica, como homenaje a todas esas maestras que tuve la suerte de conocer y que fueron fundamentales en mi aprendizaje: Pilar Paz Pasamar-de la que se han cumplido 5 años de su muerte en la víspera de este 8M-, Josefina de la Torre, la poeta de la Generación del 27 a la que conocí en Madrid casi centenaria, Gloria Fuertes, Francisca Aguirre, María de los Reyes Fuentes, y un larguísimo e inolvidable etcétera.    Sin embargo, hay unas particularidades que están afectando a este movimiento de transformación, transversal, que nos compete a todos, mujeres y hombres, y que hay que analizar detenidamente.

He oído hoy, día de la Mujer, a una destacada politóloga y política española, Carolina Bescansa, una de las fundadoras de PODEMOS, decir algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo. En una tertulia política televisada aseguraba que “el feminismo no se puede partidizar- no sé si existe la palabra pero me parece bien el neologismo-porque es un movimiento transversal que pertenece a todos”. Me alegra oírlo de ella cuando, la fractura, todavía en el gobierno, de las posiciones frente al feminismo de coalición socialista y de PODEMOS, causó una importante distancia que dividió al movimiento, plasmado en las dos marchas distintas, con distintas cabeceras y convocatorias, que todavía hoy persisten. La también política Carmen Calvo, que acaba de presentar un libro con el título “Nosotras. El feminismo en la democracia”, aseguraba en su presentación hace unos días “me he sentido ninguneada por ser mujer incluso en mi propio partido”. Y es que el machismo, que es un atavismo secular, no distingue de siglas.  Es evidente que hay partidos que hacen guerra abierta al feminismo, o soterrada, pero me preocupa más la cuña que se hace con la propia madera, o los enemigos pagados que, en ciertos momentos, minan causas tan necesarias y revolucionarias como el feminismo. Para dorarle la píldora a Carmen Calvo, el eximio director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, escribe un artículo de un paternalismo y condescendencia con las mujeres y la causa feminista dignas de estudio psiquiátrico, en el que emboza el presunto halago con una crítica machista evidente. Dice el director del Instituto: “El libro tiene mucho de la personalidad de Carmen. Toma la palabra y no la suelta”, escondiendo en los halagos siguientes una mofa de la personalidad de la política, que hemos escuchado todos desde posiciones muy reaccionarias sobre la capacidad verbal de la Doctora en Derecho Constitucional y exvicepresidenta de Gobierno, entre otras cosas. Y es que, como dice el refrán, entre broma y broma, la verdad asoma. García Montero, por mucho de sus camaleónicos cambios de piel y de partidos políticos, desde el franquismo mamado por vía paterna en el que vivió una extraordinaria y privilegiada adolescencia como hijo del régimen, al comunismo ya en democracia para acercarse a Alberti y figuras importantes para su carrera, o ahora el socialismo por la vía de urgencia, no puede evitar que le salga lo que es. Dice una verdad, una de las pocas de su vida, en ese artículo que escribe desde el mas evidente paternalista machismo: “yo no soy feminista”. Y es que ni lo es, ni lo ha sido, ni puede serlo, mas que como mascarada conveniente para su discurso impostado. No puede serlo cuando en estos mismos días vuelve a atacar a la viuda del poeta Rafael Alberti, a María Asunción Mateo, a la que llama “viuda mercante”. Esto es en realidad una cuchillada más, un apunte del machismo y maltrato sistemático al que viene sometiendo a esta escritora desde hace casi cuarenta años, que lo ha puesto en su sitio con unas memorias y su abundante documentación. Este señor, machista, misógino, condenado en firme por injurias y calumnias, sigue calumniando sin que nadie le pida un papel ni una prueba de lo que dice. Por el contrario, mujeres, intelectuales y estudiosas serias que han señalado estos hechos, como la profesora Anna Caballé, fueron insultadas en el periódico del que ha formado parte activa y feminista  desde mucho antes que este señor se incorporase, sin derecho a réplica que hubo de publicar en otro medio. Este señor que, en un libelo publicado con la colaboración del también feminista escritor Felipe Benítez Reyes, dice sobre la mujer protagonista, que pretende ser un  alter ego de la pareja Alberti-Mateo: “es la mujer que más he odiado”, lo que pone de manifiesto dos cuestiones fundamentales: el odio personal, la manía persecutoria contra ella, utilizando los medios de comunicación, sus posiciones académicas y políticas para denostarla y maltratarla sistemáticamente, y que no es la única mujer a la que odia pues, es la que más odia, pero en ese superlativo queda margen para otras mujeres odiadas intermedias…Tanto Anna Caballé, como la periodista Elena de los Ríos-que equipara el plante de María Asunción Mateo al de Jenni Hermoso en los deportes-, se hacen eco de los calificativos tan feministas que este señor y su escudero hacen de ella, y de las mujeres en general: “buscona”, “lagarta”, “pájara”, “viciosa”, “mamona”, “guarra”, entre un corolario de la infamia contra  la mujer. Me resulta curioso que, mientras algunas feministas como las citadas sí han alzado la voz contra esta insoportable cuestión, ahora que la revisión de los textos literarios y de la ideología misógina desde la perspectiva de género están tan en boga, otras miren para otro lado y no se posicionen en este aspecto. Yo, como lo he sufrido en mis carnes desde niño, detecto a un machista maltratador a quilómetros pero, ante estas palabras y estas actitudes no hay mucho espacio a la duda.  No se engañen, el peor disfraz del vicio es el de la virtud, y un machista no tiene ideología, sólo vicios y modos adquiridos que asoman, por mucho que se maquillen. No me interesa nada este señor, ni como hombre, ni como escritor, ni como político, salvo que no soy de los que dicen aparta de mi este cáliz. Me he dejado media vida en las causas de la izquierda, desde la reivindicación de la ley del matrimonio igualitario, que Pilar Blanco reconoció había utilizado parte de mis artículos al respecto para la argumentación de la ley cuando fue notaria mayor del reino con Zapatero, y la causa del feminismo es connatural a mis reivindicaciones. No creo que ningún dirigente del prestigioso Instituto Cultural alemán Goethe, análogo de nuestro Cervantes, haya podido detentar dicho cargo con una condena en firme. Lo que más me hiere, profundamente, es que alguien que insulta, denigra y maltrata, sistemáticamente, a una  mujer, escritora e intelectual, María Asunción Mateo, y en ella a otras muchas, Susana Rivera-viuda de Ángel González-, Pilar del Río, cuando se casa con José Saramago, o quienes  le muestran sus vergüenzas, como Anna Caballé, siga detentando poder, que es lo único que le importa, mantenido por los que deberían impedirlo. El silencio siempre cómplice.  Pienso en mujeres principales que podrían ponerlo en su sitio desde los medios de comunicación, la política, o la cultura y callan o se abrazan a él. Uno de estos hombres que no aman a las mujeres.  Un machista es un machista, por mucho que se vista de hortelana, y quienes se abrazan a él y lo protegen, sus cómplices, como el que sabe que pegan a una mujer, y no hace ni dice nada porque era su amigo, su cuñado, su vecino…