Conocíamos en estos días la noticia de la inscripción de una fundación de “hombres maltratados”. El tema produjo ríos de tinta y estoy segura de que seguirá produciéndolos. Porque no es sino la punta del iceberg de algo mucho más profundo. Y más alarmante.

Ni que decir tiene que no cuestiono el derecho de asociación, ni la existencia de hombres maltratados. La libertad de asociarse es uno de los pilares de la democracia, y solo se puede denegar en casos excepcionales en que los fines choquen frontalmente con la legalidad.

En cuanto al maltrato de hombres, no solo existe, sino que, cuando se comete dentro del ámbito de la familia o la pareja o expareja, tiene una sanción específica en nuestro Código Penal, más grave que el maltrato a cualquier otra persona con la que no se tiene ningún vínculo. Exactamente lo mismo que ocurre con la violencia de género, y por razones parecidas. Es más grave agredir a alguien con quien se tiene una relación de ese tipo que hacerlo con un extraño.

El verdadero problema es que detrás de este tipo de iniciativas hay mucho más. Si una lee con calma, se dará cuenta de inmediato que no se está hablando de personas de sexo masculino víctimas de violencia doméstica, sino que se alude a un batiburrillo de cosas como denuncias falsas o juicios injustos que no constituyen el maltrato sancionado como delito en la ley, sino un supuesto -me atrevo a decir que inventado- maltrato institucional a los hombres por parte de las leyes y de la administración de justicia. Esto es, que se da por supuesto que las denuncias falsas son una práctica habitual de la que se tienen que defender los hombres hasta el punto de necesitar una fundación para ello. Con todas las ventajas fiscales que supone una fundación.

Aún hay más. Se habla del concepto de “igualdad de género” de una manera absolutamente errónea y manipulada. En la ya clásica distinción entre género y sexo, hemos de recordar que el género es de naturaleza social, y no meramente biológica, y la lucha por la igualdad de género trata de superar los roles o estereotipos que se asignaban a las mujeres e impedían que tuvieran los mismos derechos que los hombres. Así, utilizar el concepto “igualdad de género” para lo que se pretende es una especie de broma de mal gusto que es difícil de tragar. O debería serlo.

Por debajo de todas estas cosas, bucea una corriente de negacionismo de la violencia de género realmente peligroso. Porque nunca podemos perder de vista que el verdadero problema de la violencia de género son el gran número de mujeres asesinadas y maltratadas, especialmente las que no denuncian, y no unas supuestas denuncias falsas que cuantitativamente, son insignificantes.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)