Una de las imágenes de estos Juegos Olímpicos ha sido, sin duda, la de Tom Daley, medalla de oro en salto de trampolín, tejiendo en la grada.

Confieso que cuando vi aquella fotografía de un deportista haciendo calceta, me encantó. A punto estuve de escribir algo contando lo maravillada que estaba hasta que lo pensé dos veces. Igual estaba cayendo en mi propia trampa, y transmitía exactamente el mensaje contrario del que pretendía. Así que no lo hice

Me explico. Nadie puede discutir lo inhabitual que resulta que un hombre teja, y todavía más si se trata de un deportista de élite en el curso de una competición. Y la tentación es mucha: ver como un canto a la igualdad que realice una tarea tradicionalmente relacionada a las mujeres, desde que Penélope esperaba a Ulises en La Odisea.

No cabe duda que, en principio, se trataba de un gesto que rompía estereotipos. Pero tal vez el hecho de destacarlo tanto nos convertía en presas de nuestros propios prejuicios. ¿Nos llamaba la atención que un hombre tejiera, o que lo hiciera un deportista? ¿Qué hubiera ocurrido si tejiera una saltadora en vez de un saltador? Y sobre todo, ¿no sería más acorde con la lucha por la igualdad considerarlo algo natural y no darle importancia?

Sigo dándole vueltas. Me acuerdo de un ejemplo que siempre me fastidia, el del “padrazo”. Si un hombre juega con su hijo o le cambia los pañales, es un padrazo. Si lo hace una mujer, se da por supuesto, y el listón para ser considerado una madraza se eleva considerablemente.

Temo que con el hombre que hace calceta pase un poco lo mismo, que sea maravilloso por tejer, y sin embargo no fuera así en el caso de que la tejedora fuera una mujer, que, si se descuida, sería tildada de “Maruja”.

Por supuesto, la cosa sería diferente si estuviera haciendo sudokus, o jugando al Candy Crush –salvo que fuera en el Parlamento, claro- en que poco importa el juego mismo y el sexo de quien juegue, pero lo de la calceta es otra historia.

Lo que ocurre es que, mientras existan mensajes lamentables como el de la patinadora que criticaba a un hombre practicando gimnasia rítmica porque considera que esa actividad no era masculina, está claro que los prejuicios existen. Y que el hecho de que un hombre teja para romperlos está muy bien, más allá de que nos pasemos de frenada difundiéndolo.

Aunque lo mejor era que ese suéter que tejía era para un sorteo con fin solidario. Y eso si es importante.