Pido disculpas anticipadas por la osadía de usar el título de la novela de Leon Tolstoi. Pero desde que vi las imágenes de la convención de la OTAN celebrada en nuestro país, esas tres palabras se instalaron en mi cabeza como un okupa recalcitrante. Guerra y paz. Paz y guerra.

Gritos de “OTAN no, bases fuera”

Yo era una niña que apenas estrenaba su adolescencia cuando los gritos de “OTAN no, bases fuera” entraban por mi ventana y por las pantallas de mi televisor. Se celebraba por aquel entonces un referéndum por una cuestión que a mí me parecía tan lejana como lo que leía en mis libros de Historia. Y tan imposible también.

Aquello pasó y pasamos a formar parte de esa OTAN que muchos rechazaban. El tiempo borró aquellos gritos de rechazo, difuminó sus recelos y hasta dio la vuelta a la tortilla como tantas veces, convirtiendo a quienes gritaban en contra de la OTAN en sus más fervientes defensores. Paradojas de la política. O no.

Ahora, en estos días, he tenido una cierta sensación de deja vu, aunque sea con un cambio importante en los protagonistas. Después de muchos años, han vuelto a entrar por mi ventana y por mis pantallas los gritos de rechazo a la OTAN. Y también ha vuelto a llegar a mi mente la estupefacción de entonces con la misma tenacidad de okupa recalcitrante.

Es un hecho incontestable que la guerra está ahí

No voy a caer en la tentación, un tanto naíf, de pronunciarme en contra de la guerra, de las armas y de todo tipo de violencia. Ya me gustaría ser tan inocente como para eso. Pero personajes como Putin y sus ansias imperialistas barren cualquier ingenuidad al respecto, como la borraron los que le precedieron, de infausta memoria

No obstante, me sigue chirriando eso que haya que armarse para la paz. Que haya que invertir en armamento para conseguir no usar ese armamento. Y me chirría más todavía esa puesta en escena de cultura, cuadros, museos y sonrisas Y, por encima de todo, me hace dar un respingo el posado delante de un cuadro como el Guernika, con todo lo que representa.

No sé qué pensaría Picasso al verlas, pero a mí esas fotos me causan desasosiego y pena, una pena honda. Porque, por desgracia, es un hecho incontestable que la guerra está ahí. Lo que no está tan claro es que lo esté la paz. Ojalá me equivoque.