La derecha lleva tiempo repitiendo una falsedad, que, a base de repetir mil veces, tratan de convertir en verdad: “En España ya no se puede decir nada”. La ironía es que lo proclaman a diario y sin pudor en radios, televisiones privadas y hasta en espacios de la televisión pública. Lo hacen como si vivieran bajo un régimen censor, cuando en realidad gozan de plena libertad para expresarse, y lo hacen a diario ante millones de personas.

El último episodio de este discurso lo protagonizó la invitada Mariló Montero en el programa La Revuelta, donde afirmó que “por culpa del Gobierno ya no se puede decir nada” y que “el periodismo debería ser libre e independiente”. Palabras pronunciadas en directo, en horario de máxima audiencia, en la televisión pública, y sin que nadie le pusiera límites. Fue entonces cuando David Broncano, con ironía y rotundidad, le respondió algo tan evidente como contundente: “Que haya quien se queje de que no se puede decir nada, mientras en prime time, dicen lo que quieren. Es ridículo”.

El comentario fue directo al corazón de la estrategia de victimismo. Porque, en efecto, ¿qué censura hay cuando puedes decir lo que piensas en un programa en horario de máxima audiencia y sin consecuencias? La respuesta de Broncano fue celebrada por el público, porque con una sola frase desmantelaba lo que todo el mundo veía: la contradicción.

Este momento televisivo ha sido importante por una razón de fondo. Broncano no solo respondió a una frase demagógica, sino que dejó en evidencia un discurso cada vez más habitual de la derecha: el relato de la censura, la falsa idea de que existe un apagón mediático contra sus ideas. Pero los hechos dicen lo contrario.

Porque mientras se quejan de la supuesta falta de libertad, controlan televisiones autonómicas como si fueran su cortijo particular. En Madrid, Telemadrid (rebautizada por muchos como TeleAyuso) se ha convertido en un altavoz de propaganda institucional donde no hay una sola voz crítica con la presidenta.

En Andalucía, Canal Sur evita hablar de los recortes, privatizaciones y escándalos de Moreno Bonilla como si no existieran. ¿Dónde está la pluralidad ahí? ¿Dónde están los Broncano andaluces o madrileños? No existen. Porque no tienen espacio. Porque ahí sí que no se puede hablar.

Volvamos a Mariló Montero. No solo lanza acusaciones infundadas contra el Gobierno y la televisión pública desde uno de sus platós, sino que lo hace mientras trabaja —y cobra— en uno de los programas estrella de TVE: MasterChef. Un formato caro, muy bien financiado con fondos públicos. Si tan terrible es el supuesto control del Gobierno sobre RTVE, ¿por qué forma parte de su plantilla? ¿Por qué no renuncia?

La incoherencia es tan clamorosa que ni siquiera hace falta desmontarla: se derrumba sola. Pero conviene recordarla. Es evidente que no se trata de principios, sino de propaganda. Mariló no denuncia censura porque la sufra, sino porque forma parte de una maquinaria mediática que ha decidido repetir esa falsa idea hasta tratar de convertirla en verdad. Porque lo importante no es que sea cierto, sino que suene creíble.

Pero hagamos un experimento mental. Imaginemos que David Broncano es invitado a Telemadrid para hablar de Isabel Díaz Ayuso con la misma libertad con la que Mariló Montero criticó a Pedro Sánchez en TVE. ¿Alguien cree sinceramente que eso ocurriría? ¿Lo dejarían hablar con libertad, sin cortes, sin vetos, sin consecuencias?

La respuesta es evidente. Rotundamente no. Esa televisión no admite disidencias. Porque la libertad de expresión, para esa derecha que se dice censurada, solo vale cuando les beneficia. Cuando habla el adversario, lo llaman adoctrinamiento. Cuando hablan ellos, lo llaman democracia.

Por si fuera poco, la intervención de Mariló rozó el esperpento cuando defendió que los toros “son un arte” y que “el animal no sufre”. Una negación burda de lo evidente, similar a la que practica la derecha en política cuando niegan datos económicos, récord históricos de empleo o los mayores avances sociales en democracia. Negar, negar, negar. Esa es la consigna.

Grison, otro de los colaboradores de programa, lo retrató con una frase que fue tan graciosa como certera: “Es acupuntura”. Una burla elegante a una afirmación indignante. Porque con los toros, como en tantas otras cosas, ahí es donde está el verdadero problema: la derecha ha asumido que la mentira es una herramienta legítima de combate político. Si una falsedad desgasta al Gobierno, vale. Si confunde a la ciudadanía, mejor aún.

Lo vemos en cada intervención de Abascal o Feijóo, cuando insisten en que el Gobierno es ilegítimo, que no hay libertad o que la democracia está en peligro. Un relato fabricado para generar miedo, pero que se cae al primer soplo de realidad.

Lo que ocurrió en La Revuelta les rompió el guión. No fue un simple rifirrafe televisivo, fue un acto político -en el mejor sentido-: alguien puso en evidencia una mentira en directo, frente a millones de personas. Broncano hizo lo que muchos periodistas y comunicadores no hacen por miedo, por comodidad o por intereses: señalar la incoherencia.

Y esa es la gran lección. El discurso victimista de la derecha solo sobrevive si nadie lo cuestiona. Pero basta con una frase certera para que se derrumbe. Basta con un poco de sentido común para que el disfraz se caiga.

Broncano no es un héroe, ni falta que le hace. Lo que hizo fue ejercer la crítica con naturalidad, sin miedo y sin servilismo. Y eso, hoy, vale más que nunca, vale más que mil titulares: ponerle a la derecha un espejo delante, recordarle que no todo el mundo traga, y demostrar que la verdadera amenaza a la libertad no es que hable, sino que quieran ser los únicos que lo hagan.

Súmate a El Plural

Apoya nuestro trabajo. Navega sin publicidad. Entra a todos los contenidos.

hazte socio