Alberto Núñez Feijóo ha perdido el norte. Y no solo el norte: también el sur, el este y el oeste. Hace tiempo que su desorientación no le permite saber ni dónde está ni adónde quiere ir. Y lo que es más grave es que no parece tener el menor interés en encontrar el camino. Su brújula política está rota o quizá nunca llegó a funcionar. Hoy por hoy, lo único que le sostiene es el ruido, el insulto, la descalificación y el ataque constante. Y con esa receta no se construye país: se alimenta el odio. ¿Hacia dónde va el Partido Popular con este liderazgo sin rumbo?

Estos días, en un ejercicio de surrealismo político que solo se entiende desde el desconcierto, Feijóo ha planteado una moción de censura… pero para que la presente otro. Él ni la firma, ni la impulsa, ni la lidera. La sugiere, como quien lanza un globo sonda al aire, con la esperanza de que alguien -por compasión o por oportunismo- le siga el juego. Pero él no se moja. Porque no puede. Porque no tiene ni los votos, ni el programa, ni el liderazgo para encabezarla. Porque quiere ser presidente del Gobierno, pero sin arriesgar. Porque sabe que, a día de hoy, ni siquiera cuenta con la confianza dentro de su propio partido. Por eso “tira la piedra y esconde la mano”.

Y mientras tantea una moción que nadie se toma en serio, lanza también su plan B: otra manifestación. Y ya van seis. Una más para agitar a los suyos, para mantener viva la tensión en la calle, para fingir que lidera algo cuando, en realidad, no lidera nada. Pero ¿manifestarse contra qué? ¿Contra un gobierno legítimo? ¿Contra unas urnas que hablaron hace menos de dos años? ¿Contra una democracia que siempre le incomoda a la derecha cuando no gana?

La verdad es que todo este “paripé” de Feijóo no tiene nada que ver ni con el interés general ni con propuestas para mejorar el país. Esto va de otra cosa: de resistir, de aguantar hasta el Congreso del PP en julio aparentando que lidera algo. Porque en su entorno saben que su liderazgo pende de un hilo. No manda, no convence y no ilusiona.

Incluso Vox, su socio de gobierno en comunidades y ayuntamientos se desmarcó públicamente a los cinco minutos de conocer la convocatoria de manifestación. Nadie lo sigue. Nadie lo respalda. Y cada vez más voces dentro del PP reconocen que la movilización de mañana 8 de junio la disfrazan como una protesta contra Pedro Sánchez, pero, en realidad es a favor de la supervivencia política de Feijóo.

Busca una manifestación para intentar resistir frente a su propio partido, no frente al Gobierno. Para tapar su falta de propuestas, de liderazgo y de proyecto. Para desviar la atención de una realidad incómoda: mientras él se dedica a hacer ruido, el Gobierno sigue impulsado medidas concretas, eficaces y valientes. Pedro Sánchez sigue subiendo las pensiones, mejorando los datos de empleo, impulsando el salario mínimo, liderando la transformación verde y digital de España y blindando el Estado de bienestar en medio de una coyuntura internacional compleja.

Y mientras tanto, Feijóo habla de combatir la corrupción. Llegó a decirlo el mismo día que un ex secretario de Estado del último gobierno del PP ingresó en prisión por corrupción. El mismo día que la jueza ha procesado a la pareja de Isabel Díaz Ayuso por dos delitos de fraude fiscal y falsificación de documentos. Y lo dice desde la sede de Génova, remodelada con dinero procedente de la Gürtel. ¿No resulta grotesco?

Antes de anunciar nuevas manifestaciones, ¿por qué no tiene la valentía y la decencia de pedir la dimisión tanto de Ayuso como de Mazón? ¿Dónde está esa regeneración democrática de la que presume? ¿Por qué no aplica con los suyos la exigencia que reclama a otros? No lo hace porque se arriesga a salir por el desagüe del PP como Pablo Casado.

Feijóo está atado. Su discurso regenerador no es más que un disfraz. Está más preocupado por sobrevivir políticamente que por limpiar su partido. El ruido le sirve de escudo, y la crispación, de estrategia. En lugar de afrontar los problemas, los tapa. No tiene proyecto político, tiene una guerra interna.

Feijóo está nervioso. Los saben bien en del PP. Saben que su tiempo se agota. Que la decepción crece. Que muchos ya buscan alternativas. Por eso necesita llenar las calles mañana, pero corre el riesgo de pinchar. Esta es una movilización no para defender una causa, sino para defenderse a sí mismo. Para que parezca que aún queda algo de fuerza detrás de él. Pero lo cierto es que ya no tiene liderazgo interno, ni ideas propias, ni credibilidad ante sus socios ni respeto entre los suyos.

Y si de verdad quiere combatir la corrupción, que empiece por su propia casa. Que convoque la manifestación en la puerta de Génova. Que exija transparencia en los gobiernos autonómicos del PP. Que pida explicaciones por la financiación irregular. Pero no lo hará. Porque no se atreve. Porque no manda.

Su estrategia es simple; si hay un problema, culpar a Pedro Sánchez. Si hay un escándalo propio, mirar para otro lado. Si la realidad lo supera, convocar otra manifestación. Feijóo no escucha, no aprende, no lidera. No es alternativa. Es una huida hacia delante constante.

Hace unos días dijo en una entrevista: “España, un país de trabajadores, no se merece tanto sinvergüenza”. Y lo dice él, que cobra tres sueldos mientras vota en contra de subir las pensiones conforme al IPC, en contra de subir el salario mínimo, en contra del Ingreso Mínimo Vital, del transporte gratuito, del impuesto a la banca y a las energéticas, y de las ayudas a los afectados por la DANA.

Feijóo ha quedado para convocar manifestaciones. Ese es el verdadero reto del PP: estirar la crispación hasta 2027. Alimentar el descontento. Repetir las mismas mentiras hasta que parezcan verdades. Porque los números no les dan. Porque la mayoría social no está con ellos.

Feijóo no tiene proyecto. No tiene equipo. No tiene apoyos. No tiene siquiera el respeto de los suyos. Lo único que tiene es odio. Pero el odio no gana elecciones. El odio no construye nada. El odio no hace país, lo destruye.

España merece una oposición seria, constructiva, con propuestas. Una derecha democrática que asuma su papel y no lo utilice para destruir. Feijóo, por desgracia, no está en eso. Y mientras siga así, su único destino será la irrelevancia.

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