La afirmación de que la España de 2025 ha sobrepasado a la de Felipe II como la mejor etapa económica de la Historia no se sostiene en una comparación simbólica, sino en una acumulación de indicadores estructurales que no admiten discusión histórica. Nunca antes España había reunido, al mismo tiempo, tamaño económico, empleo formal, capacidad productiva, cohesión social e inserción internacional en los niveles actuales.
La cifra que sintetiza este salto histórico es clara: España cierra 2025 con 22,4 millones de ocupados (EPA), y más de 21,8 millones de afiliados a la Seguridad Social, frente a los 18,6 millones de afiliados existentes en 2018. Es decir, más de 4 millones más de personas trabajando y más de 3,2 cotizando en apenas siete años, sobrepasando económicamente a un imperio, el de Felipe II, donde “no se ponía el Sol” y que se prolongó 42 años, uno de los reinados más largos de la historia de España.
No existe precedente en la historia económica española —ni en democracia, ni en dictadura, ni en monarquía, ni en república, ni en imperio— de una base laboral tan amplia, tan formalizada y capaz de sostener colectivamente un Estado moderno. Por el contrario, la España de 1590, pese a ser equiparable hasta ahora en ingresos extraordinarios, se sustentaba en un 85% de población que trabajaba en agricultura de subsistencia de manera estacional, informal y de bajísima productividad, albergando grandes bolsas de pobreza estructural, mendicidad, clero no productivo, nobleza rentista, y población ociosa urbana. Sólo entre el 30 y el 40% de los 8 millones (9, contando con Portugal tras 1580) de ciudadanos españoles realizaba una actividad económica productiva y fiscalmente relevante. Dicho de otra forma, en tiempos de Felipe II, apenas tres millones de personas sostenían productivamente un imperio de ocho millones; en la España de Sánchez, más de veintiún millones (siete veces más) trabajan y cotizan para sostener un país moderno de cuarenta y ocho.
Este récord no es un dato aislado. Viene acompañado de una reducción estructural del desempleo: de 3,3 millones de parados en 2018 a menos de 2,5 millones en 2025, la cifra más baja en 17 años (pese al aumento en 3 millones en población desde 2008). Por primera vez de forma sostenida, España se sitúa en tasas de paro que abandonan el doble dígito crónico que definió su mercado laboral durante generaciones, el final de una anomalía histórica. El país deja atrás la condición de “enfermo laboral de Europa” y entra en una fase de desempleo esencialmente friccional.
Especialmente significativo es el comportamiento del empleo juvenil. El paro entre menores de 25 años ha descendido estos siete años de 257.000 a 171.000 jóvenes, el nivel más bajo de toda la serie histórica. En paralelo, se han creado 2,8 millones de empleos netos desde 2018, de los cuales alrededor de 500.000 corresponden a disciplinas STEM, lo que apunta a una mejora cualitativa histórica del tejido productivo. Esto es, la égida de Sánchez no sólo se convierte en la mejor etapa económica de la Historia, sino que protagoniza su mayor salto cualitativo y cuantitativo, en términos económicos, frente a la etapa anterior, sobrepasando el desarrollismo de los años 60 y las tres revoluciones industriales previas.
El mercado de trabajo ha cambiado también en términos de igualdad y estabilidad. El número de mujeres ocupadas ha pasado de 8,8 millones a más de 10 millones, un máximo histórico incomparable con la España imperial de los Austrias o los Borbones, la dictadura de Franco o los gobiernos anteriores del PP o del PSOE. La tasa de temporalidad se ha reducido del 27 % a menos del 12 %, y los contratos estables han pasado de representar uno de cada diez a uno de cada dos. No se trata de una corrección coyuntural, sino de un cambio profundo en las reglas del mercado laboral español.
En paralelo, el tamaño de la economía ha alcanzado niveles inéditos. España se ha consolidado como la gran economía europea que más crece, duplicando sistemáticamente la media de la zona euro y liderando el crecimiento entre las economías desarrolladas. Este dinamismo ha permitido un aumento real de la renta de los hogares del 3,5 %, muy por encima de la media de la OCDE, desmontando la idea de que el crecimiento no no llega a la economía cotidiana.
El refuerzo del poder adquisitivo se refleja en dos indicadores clave: el Salario Mínimo Interprofesional, que ha pasado de 735 a 1.184 euros (un incremento del 61 %), y la pensión media, que ha aumentado de 1.082 a 1.505 euros. Al mismo tiempo, el Fondo de Reserva de la Seguridad Social —la llamada hucha de las pensiones—, que llegó a caer por debajo de los 5.000 millones, supera hoy los 11.000 millones y cerrará la legislatura en torno a los 27.000 millones, reforzando la sostenibilidad del sistema.
El sector exterior ha sido otro de los pilares del mejor ciclo expansivo de nuestra Historia. España se sitúa como quinto país del mundo en inversión extranjera en nuevas empresas, reflejo de la confianza internacional en su marco económico. El turismo extranjero ha pasado de 82,8 millones de visitantes en 2018 al récord de 93,8 millones en 2024, con previsión de alcanzar los 100 millones en el próximo ciclo. Más relevante aún es el gasto turístico, que ha crecido de 89.856 millones a 126.282 millones, evidenciando una mejora sustancial en valor añadido.
El crecimiento se ha acompañado de consolidación fiscal. Desde el pico de la pandemia, el déficit público se ha reducido en siete puntos y la ratio de deuda pública sobre PIB en 22,5 puntos, gracias al crecimiento económico y al aumento de la base contributiva. Esta es una diferencia fundamental respecto a la España imperial: Felipe II gobernó un imperio que tuvo cuatro suspensiones de pagos (1557, 1560, 1575 y 1596), estudiadas por la literatura académica sobre deuda soberana; la España de 2025 gobierna una economía que crece y reduce desequilibrios al mismo tiempo, superando por primera vez a un imperio que tuvo épica, pero también una arquitectura financiera mucho más frágil.
La modernización no se limita al ámbito económico. El abandono escolar ha descendido del 17,9 % al 13 %; el presupuesto de becas ha aumentado de 1.500 a más de 2.500 millones anuales; la tasa de pobreza se sitúa en mínimos históricos (19,7 %) y la desigualdad se ha reducido, con un índice de Gini que ha pasado de 33 a 31,2 puntos y que con Felipe II habría superado los 65.
En vivienda, el presupuesto público se ha multiplicado por ocho y se ha aprobado la primera Ley de Vivienda de la democracia, con descensos de precios del alquiler en las zonas donde se aplica y un parque público que alcanza ya el 3,4 %. En transición digital y ecológica, la cobertura de fibra óptica ha pasado del 49 % al 95 % de los hogares, y la generación eléctrica renovable del 46 % al 66 %, veinte puntos más en siete años.
Todo este proceso ha estado respaldado por una movilización histórica de recursos europeos. España es uno de los principales beneficiarios del programa Next Generation, con hasta 160.000 millones de euros destinados a modernización verde y digital, reindustrialización y refuerzo del capital humano. No se trata de gasto coyuntural, sino de inversión estructural.
Aquí es donde la comparación histórica se vuelve definitiva. La España de Felipe II fue una potencia política y militar superior a la España de Sánchez en esos ámbitos, pero con una economía más frágil, escasa base fiscal y alta dependencia de rentas externas. La España de 2025 es una economía moderna, integrada en el mayor mercado del mundo, con más de la mitad de su población en edad de trabajar cotizando, con capacidad de planificar su desarrollo y de sostener su cohesión social.
La cifra que permite establecer sin discusión el sorpasso histórico es inequívoca: 22 millones de ocupados, más del 55% de las personas en edad de trabajar. Nunca antes España había sido tan grande, tan productiva y tan socialmente sólida al mismo tiempo. Y esa es la razón por la que, más allá de cualquier debate político, 2025 marca el año en que la España de Sánchez supera definitivamente a la de Felipe II como la mejor etapa económica de nuestra Historia.